lunes, 22 de junio de 2020

LA COCINA DE LOS SONDEOS



Piedra del Sol, relieve azteca (Museo Nacional de Antropología ee Historia de México).


Una teoría nueva sobre el calendario maya situaba el día de ayer como el del fin del mundo. Esperé sosegadamente el evento, sin descuidar el aseo corporal, el paseo higiénico de la mañana con la mascarilla puesta, las comidas a mis horas y el rato de siesta después del cafelito que culminó el almuerzo ─almuerzo sobrio, dado que me he puesto encima un kilo desde el confinamiento─. A media tarde subí a la azotea, escruté los cielos en busca de un signo fatídico que no apareció, jugué un rato a tirarle lejos una pelota de tenis reventada al perro de mi cuñada, y escuché el arrullo del par de tórtolas ─estilizadas, elegantísimas─ que nos hacen fiel compañía desde que Carmen les puso en un rincón un recipiente con grano, allá a principios de abril.

«No esperéis gran cosa del fin del mundo», nos aleccionó Stanislaw Léc en uno de sus geniales aforismos. De modo que no tenía en mente un gran espectáculo en technicolor y pantalla panorámica, y me habría conformado de buen grado con una eventual desintegración repentina de todo lo que me rodeaba, yo incluido. Lo importante de la película del fin del mundo es el fondo del argumento, no los efectos especiales.

Les voy a hacer un spoiler en este punto: no ocurrió nada. (Salvo, quizá, dos regalos del árbitro al Madrid en el partido nocturno, pero eso no es indicio de ningún fin del mundo sino, al revés, del retorno de la “vieja normalidad”.)

La credibilidad de un fin del mundo basado en la autoridad de la matemática o el don de profecía de los mayas precolombinos viene a ser como la fe en los sondeos de opinión. El último publicado predice un acercamiento del PP a la intención del voto del PSOE, como elemento principal. De ahí deducen algunos nigromantes que la estrategia de acoso y derribo del gobierno está dando buenos réditos a Pablo Casado.

Sí, claro. En cambio, exactamente la misma política no le da el mismo resultado a Vox, que baja en intención de voto. Ni a JxCat, tan tozudamente aplicado en manejar la misma fórmula. ¿Por qué? La única explicación de la anomalía se sitúa, a lo que supongo, en la cocina del sondeo. Lo demás viene a ser pollas en vinagre y huevos en aceite, como decía la madre de una amiga de facebook.

No quiero decir que los sondeos que se van haciendo públicos sean enteramente fakes, pero habremos de convenir en que sin una cocina adecuada no significan gran cosa. Pablo Casado estará contento hoy, e intentará vender el producto a sus patrocinadores con la fórmula sacramental de rigor: “Cuando estemos nosotros en el gobierno…”

Tal eventualidad puede ocurrir, o no. No depende, por fortuna, de las entrañas de los bueyes ni del vuelo de las aves, sino de votos, votos, votos, insaculados en urnas y contabilizados con todas las garantías y las transparencias debidas. Hay que ganar los votos, entonces, y no los sondeos. Las elecciones no las ganan los arúspices, por más que reciban un pastón de los poderes fácticos por sus aventuradas predicciones. Existe la creencia de que el mecanismo funciona al revés, y los sondeos no recogen la opinión pública del día anterior sino que conforman la del día siguiente.  

A veces ocurre así, en efecto. A veces, no. Así son los cálculos y los pronósticos, incluso en épocas de Big Data. No se puede prever a fecha fija el comportamiento de fuerzas que no dependen de la voluntad exclusiva de quien tiene el poder de combinar y ajustar los algoritmos. Siempre hay un margen mayor o menor para la alternativa.

Más o menos lo mismo ocurre con el asunto del calendario maya.