Piedra del Sol, relieve azteca
(Museo Nacional de Antropología ee Historia de México).
Una teoría nueva
sobre el calendario maya situaba el día de ayer como el del fin del mundo.
Esperé sosegadamente el evento, sin descuidar el aseo corporal, el paseo
higiénico de la mañana con la mascarilla puesta, las comidas a mis horas y el
rato de siesta después del cafelito que culminó el almuerzo ─almuerzo sobrio,
dado que me he puesto encima un kilo desde el confinamiento─. A media tarde
subí a la azotea, escruté los cielos en busca de un signo fatídico que no
apareció, jugué un rato a tirarle lejos una pelota de tenis reventada al perro
de mi cuñada, y escuché el arrullo del par de tórtolas ─estilizadas,
elegantísimas─ que nos hacen fiel compañía desde que Carmen les puso en un
rincón un recipiente con grano, allá a principios de abril.
«No esperéis gran
cosa del fin del mundo», nos aleccionó Stanislaw Léc en uno de sus geniales
aforismos. De modo que no tenía en mente un gran espectáculo en technicolor y
pantalla panorámica, y me habría conformado de buen grado con una eventual
desintegración repentina de todo lo que me rodeaba, yo incluido. Lo importante de
la película del fin del mundo es el fondo del argumento, no los efectos
especiales.
Les voy a hacer un spoiler en este punto: no ocurrió nada.
(Salvo, quizá, dos regalos del árbitro al Madrid en el partido nocturno, pero eso
no es indicio de ningún fin del mundo sino, al revés, del retorno de la “vieja normalidad”.)
La credibilidad de
un fin del mundo basado en la autoridad de la matemática o el don de profecía
de los mayas precolombinos viene a ser como la fe en los sondeos de opinión. El
último publicado predice un acercamiento del PP a la intención del voto del
PSOE, como elemento principal. De ahí deducen algunos nigromantes que la
estrategia de acoso y derribo del gobierno está dando buenos réditos a Pablo
Casado.
Sí, claro. En
cambio, exactamente la misma política no le da el mismo resultado a Vox, que
baja en intención de voto. Ni a JxCat, tan tozudamente aplicado en manejar la
misma fórmula. ¿Por qué? La única explicación de la anomalía se sitúa, a lo que
supongo, en la cocina del sondeo. Lo demás viene a ser pollas en vinagre y
huevos en aceite, como decía la madre de una amiga de facebook.
No quiero decir que
los sondeos que se van haciendo públicos sean enteramente fakes, pero habremos de convenir en que sin una cocina adecuada no
significan gran cosa. Pablo Casado estará contento hoy, e intentará vender el
producto a sus patrocinadores con la fórmula sacramental de rigor: “Cuando
estemos nosotros en el gobierno…”
Tal eventualidad
puede ocurrir, o no. No depende, por fortuna, de las entrañas de los bueyes ni
del vuelo de las aves, sino de votos, votos, votos, insaculados en urnas y
contabilizados con todas las garantías y las transparencias debidas. Hay que
ganar los votos, entonces, y no los sondeos. Las elecciones no las ganan los
arúspices, por más que reciban un pastón de los poderes fácticos por sus aventuradas
predicciones. Existe la creencia de que el mecanismo funciona al revés, y los
sondeos no recogen la opinión pública del día anterior sino que conforman la
del día siguiente.
A veces ocurre así,
en efecto. A veces, no. Así son los cálculos y los pronósticos, incluso en
épocas de Big Data. No se puede prever a fecha fija el comportamiento de
fuerzas que no dependen de la voluntad exclusiva de quien tiene el poder de
combinar y ajustar los algoritmos. Siempre hay un margen mayor o menor para la
alternativa.
Más o menos lo
mismo ocurre con el asunto del calendario maya.