Trabajadores temporeros en
Lleida. Foto, Público
Se acusa al
gobierno de haber cometido errores, de haber caído en imprevisiones. Lo está
diciendo gente seria, gente que debería tener una conciencia clara de que la
carrera de errores e imprevisiones en relación con el coronavirus empezó en
Wuhan, ha recorrido el mundo entero y está alcanzando cumbres borrascosas de
estupidez y de demencia no en Madrid, sino en la Casa Blanca y en el palacio
presidencial de Brasilia. Por no hablar de los suecos, que se pusieron a darnos
lecciones de comportamiento demasiado pronto.
Una jueza intenta
empapelar al gobierno, vía delegado del mismo en Madrid, sobre la base de un
informe sobre presuntos errores e inconsecuencias, plagado a su vez de
inexactitudes y de suposiciones gratuitas.
Las cuales, sin
embargo, no serían erróneas en sí mismas, sino que, por una metamorfosis o
metástasis peculiar, se convertirían en medios justificados y válidos para
revelar los graves errores, esos sí, cometidos por el gobierno.
Igual que un clavo
saca otro clavo, los errores del acusador dejarían más patentes e indefendibles
los errores del acusado. O eso se supone (quizás erróneamente, apunto).
Pablo Casado
personifica en este vodevil judicial a una oposición que reniega de su nombre e
insiste en proclamar el carácter ilegítimo del gobierno constituido y la
legitimidad metafísica para gobernar de quienes se echan las manos a la cabeza
ante tantas aberraciones como se van cometiendo.
La subida del salario
mínimo y el establecimiento de un ingreso mínimo vital, por poner los ejemplos más candentes, convertirán según una opinión muy publicitada a España en un
paraíso de vagos subvencionados donde será imposible que los empresarios ─los
agrícolas en particular─ encuentren mano de obra famélica dispuesta a
deslomarse de sol a sol.
Puede que sí, o
puede que no. No hay hasta el momento pruebas de ese efecto colateral, y
tampoco del “efecto llamada” denunciado por Vox que traerá a nuestras fronteras
terrestres y marítimas a toda la hez de los parias de la tierra, con lo que los
patriotas imbuidos en las recias tradiciones de la autarquía perderán sus
medios de vida y posiblemente también sus abonos para la Feria de Abril en la
Maestranza.
La falta de pruebas
convierte a esas suposiciones en una verdad aún por demostrar, pero lo que ya
es incontrovertible es el error, el inmenso error cometido por este gobierno
aciago.
Como aquel error
inmenso que se cometió en tiempos hoy perdidos en la nebulosa del olvido, al
sustituir en la jefatura del Gobierno a Arias Navarro por Suárez González. El
tiempo ha modificado considerablemente la perspectiva de conjunto, pero el “”inmenso
error” sigue constando en las hemerotecas.
Las hemerotecas son
también un error, posiblemente.