El meandro del Ter frente a
Sant Pere de Casserres, o la Catalunya mística.
Hoy se decide en el
Parlamento español el suplicatorio para que Laura Borrás pueda ser juzgada por
el Tribunal Supremo.
El hecho es grave.
Una portavoz de la futura República Catalana, respetada en el mundo entero,
podría ser juzgada por el Enemigo. Entre otras voces airadas que se han alzado para
protestar por el asunto, está la de Gerard Quintana, un cantante al que no
tengo el gusto de conocer ni he oído cantar nunca, pero eso es meramente culpa
mía.
Ha tuiteado el mestre Quintana: «Algú
sap per què, de sobte, la majoria de partits polítics confien en el criteri del
Tribunal Suprem? Si és així, per què aquests partits polítics que hi confien
tant, tenen companyes a l'exili i no les entreguen a la justícia espanyola?»
Me parecen dos preguntas de escasa sustancia. Respecto de
la primera, el criterio del Supremo es la base de nuestro estado de derecho. El
único estado de derecho que hay aquí hasta el momento, subrayo. El mismo hecho
de que la señora Borrás sea juzgada por el Supremo es una garantía debida a su
representación. La “mayoría de los partidos políticos” (Quintana no lo dice de
forma expresa, pero me temo que se refiere exclusivamente a los partidos
catalanes de disciplina indepe, el resto no cuenta para él, y eso sería motivo
para una meditación distinta) puede confiar o no en el criterio del Supremo,
pero todos los partidos están obligados constitucionalmente a acatarlo.
La segunda pregunta tampoco nos lleva muy allá. Todos los
políticos que se “exiliaron” después de los desafortunados sucesos del otoño
del 17, lo hicieron libremente y por su voluntad. Ninguno de ellos fue al exilio
como castigo dictado por el Estado opresor. Si los partidos en los que siguen
militando estas personas tuvieran la más remota intención de pedirles que se
allanen a la “justicia española”, la mínima educación les obligaría a
preguntarles primero si están de acuerdo.
No están de acuerdo, de otro modo ya habrían vuelto motu proprio. La pregunta de Quintana no
tiene sentido.
Hay algo más que no está contenido de forma explícita en
las preguntas de Quintana, pero sí implícitamente. A saber, la suposición de que Laura Borrás va
a ser juzgada solo por su ideología. Ella misma dice a quien quiera escucharla que contra
ella hay una persecución política, porque se limitó a hacer “lo mismo que hacen
otros”.
Laura Borrás troceó contratos para darlos a sus amigos
sin pasar por las normas fastidiosas de la licitación pública. Se sabrá, tarde
o temprano, si los amigos en cuestión retribuyeron el favor cediendo un módico
porcentaje del total recibido para las arcas del partido.
No es una conducta ejemplar, y Borrás no la niega, solo
se excusa en que también otros lo hacen. Cierto, ha sido el modus vivendi de la
administración Pujol, de la administración Mas y posiblemente de lo que ha
habido después, ciñéndonos solo a Cataluña. Fuera de Cataluña también ha sido
un tipo de conducta muy reiterado. Se sigue haciendo, sin duda, en varias
autonomías, tanto si las gobiernan los hunos como los hotros.
La pregunta entonces es si Borrás debe ser absuelta
porque su conducta es permisible en personas con mando político, o si todos los
corruptos sin excepción y sin acepción de personas deben pasar por los
tribunales.
Cuestión distinta es si los tribunales se comportan igual
con todos, si todos somos iguales ante la ley.
Pero no estamos criticando aquí a la Administración de
Justicia, sino a Laura Borrás. Laura Borrás no ha dimitido todavía, cosa que habría
demostrado que aún no ha perdido del todo la vergüenza.
No solo no ha dimitido, sino que intenta presentar su
caso de corrupción vulgar como una persecución política contra ella y contra la
causa ideal que ella representa.
Uno de los argumentos que se esgrimen con frecuencia para
pedir que una Cataluña impoluta se independice de una España mugrienta, es que “aquí
hacemos mejor las cosas”.
Mi contrapregunta, entonces, a Gerard Quintana: ¿vale la
pena luchar por una República catalana en la que todo se va a hacer por lo
menos igual de mal que en todas partes, y en la que las élites políticas lo
único que pretenden es sacudirse las pulgas y campar a sus anchas?