jueves, 4 de junio de 2020

DESENTERRANDO NUESTRO PROPIO YO



Relieve de Pakal, en la base del llamado templo de las Inscripciones, en Palenque (Chiapas, México).



Estaba yo en el museo de Olimpia, delante de la reconstrucción del frontón del templo de Zeus. Los pedazos de figuras habían sido dispuestos en sus lugares correspondientes, y unas líneas o dibujos más complejos ayudaban al visitante a imaginar cómo pudo ser aquello en el momento justo en que Fidias le dio el visto bueno final y se declaró satisfecho con el resultado.

Mi nieta Carmelina, de cinco años entonces, me tomó de la mano y me preguntó: «Avi, ¿por qué lo guardan si está roto?»

La pregunta era buena, y no supe darle una respuesta convincente. A posteriori, intuyo vagamente que la humanidad es una serie, y nosotros mismos una simple secuela de esa serie. Cuando desenterramos y recomponemos fragmentos de los capítulos anteriores, estamos contribuyendo a explicarnos a nosotros mismos.

Es un trabajo continuo de retrocarga: lo perdido retorna, y lo que fue y ya no es y sale a la luz nos enriquece, proyecta una dimensión nueva sobre los asuntos más bien planos que nos ocupan.

En Pompeya siguen las excavaciones en la Regio V y se suceden los hallazgos magníficos: pueden ser la pintura de una Leda asombrosamente próxima a nosotros, o el simple garabato sobre una pared que nos indica que la erupción del Vesubio se produjo entrado ya el otoño, y no en agosto. A las dos cuestiones me he referido en otros momentos (1).

Recientemente se ha identificado en Aguada Fénix, ayuntamiento de Balancán, Tabasco, México, una gran estructura maya de una antigüedad insospechada según las pautas utilizadas hasta ahora para historiar aquella cultura. Lo interesante es que no parece haber habido una estratificación social compleja, y tampoco un culto religioso perceptible; fueron los progresos en el cultivo del maíz, en su recolección y almacenamiento, los que motivaron al parecer aquel primer desarrollo urbanístico.

Algo parecido pudo producirse en Cnossos, el centro principal de la civilización cretense. Y todo ello podría ser un indicio de demostración arqueológica de aquella afirmación de Carlos Marx según la cual es la infraestructura la que determina ─a largo plazo y a través de toda una serie de mediaciones─ la superestructura, y no a la inversa. Algo a lo que, simplificando, se ha dado el nombre de materialismo histórico.

La civilización maya, entonces, no habría descendido del cielo, como creía Erich von Däniken en base a un relieve de la tumba del rey Pakal donde él vio a un astronauta en su cápsula espacial. Fue consecuencia de una organización humana que optimizó el cultivo del maíz y permitió el asentamiento urbano de grupos de población hasta entonces exiguos e itinerantes. La casta sacerdotal, los sacrificios humanos y la apropiación privada de los recursos, vendrían luego.