miércoles, 17 de junio de 2020

CIEN ECONOMISTAS


Elefante en una tela de araña (fuente, Pinterest)


Leo en la prensa que Pedro Sánchez va a poner en nómina a cien economistas de élite para que entre todos diseñen nuestro futuro poscovid.

Me parece bien, vaya esto por delante. Cien economistas juntos componen un cuadro espectacular. Imaginemos a cien vicetiples en la apoteosis final de un espectáculo arrevistado como los que funcionaban en etapas ya arrinconadas de la historia de la frivolidad. Bueno, pues lo mismo con economistas en lugar de vicetiples de élite. Algo espectacular e indiscutible. Imaginen a cien Pedroches dando las campanadas de las uvas desvestidas de aquella manera sutil. El mundo mundial nos miraría boquiabierto.

Si los/las economistas (¿habrá cuotas de género? Supongo que sí), además de un tipo juncal tienen buena voz y saben afinar, podrían, además de insinuar sus encantos íntimos, cantar a coro el «Va pensiero» del Nabucco de Verdi. Sería de mucho efecto. Con un número así, el gobierno de coalición podría tapar la boca para siempre a Fra Casado y a doña Montserrat de los Dolores. Incluso la bata de cola púrpura del cardenal Cañizares quedaría reducida a un atrezzo puramente  banal y vulgar, en comparación.

No pongo ninguna objeción, entonces, a toda esa profusión de economistas; quede claro. Podrían incluso ser ciento uno. O sea, cien economistas de élite se balanceaban en una tela de araña, y como veían que aún resistía, Pedro Sánchez fue a buscarles un camarada.

La fórmula debería, por lo demás, extenderse a otros terrenos. El doctor Fernando Simón, por ejemplo, está demasiado solo y cada día recibe una andanada nueva de aquello que sí huele, a cargo de los Indas, los Pablo Motos, las Anarrosas y otros acreditados lanzadores de dardos envenenados. Imagínense entonces a cien doctores Simones dando las uvas en deshabillé y brindando con cava, catalán de preferencia, por los contagiados del día ante una audiencia en rapto.

Inatacable. Incluso Inda hincaría el pico ante algo así. Más potente, cien veces más potente, que esa corrida de toros que propone Ayuso.

Sentado lo cual, es por lo menos dudoso que cien economistas valgan más que tres a la hora de diseñar nuestro futuro económico. ¿Por qué dar voz y voto a tanta gente, sabiendo como sabemos la cantidad de piques y puntillos de escuela que envenenan sus relaciones recíprocas? ¿Vamos a alguna parte con tanto eclecticismo? Un economista sería sin duda demasiado poco, pero bastarían tres para redondear una faena seria: uno para la tesis, otro para la antítesis y un tercero, el mejor, para la síntesis.

En su defecto, y dada una asamblea de un centenar de economistas diplomados y acreditados (es decir, todos ellos con un ego más grande que la catedral de Toledo), el intríngulis estará en buscar a quién se encargan las conclusiones del simposio.

Yo estoy con el maestro López Bulla en que de tan delicada tarea se podría encargar a don Antón Costas. Auxiliado en una banda por nuestra dulce Nadia Calviño, que pronto será llamada a dirigir el Eurogrupo para llanto y crujir de dientes del Grupo Popular europeo; y en la otra banda por Isidor Boix i Lluch, que no es propiamente economista y tampoco ha sido nunca persona “de élite”, antes al contrario, pero que tiene cuatro ideas claras sobre las cuestiones a tratar, en particular sobre la industria y el trabajo.