domingo, 25 de octubre de 2020

DEL ALGORITMO A LA PROFECÍA

 


El profeta Jeremías y yo de charleta, en el pórtico de la abadía de Moissac.

 

Es verdad que nadie supo ver venir el tsunami del covid y las dimensiones que adquiriría. Ni la primera ola, ni la segunda. Cuidado, nadie puede poner la mano en el fuego de que no vengan detrás una tercera y una cuarta. El futuro no está en los escritos, y menos aún en los algoritmos, que solo registran lo que ha ocurrido y estudian los inputs desde la suposición de que lo que viene será más o menos igual a lo anterior. Así se profetizó el fin de la Historia. Lo hizo un piernas que se ha hecho famoso como profeta a partir de esa profecía monumentalmente errónea.

Jorge Manrique sentenció: «Si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado.» No le crean a pies juntillas, él estaba pensando en otra cosa, en leyes naturales que sí son inmutables y es vanidad pretender ignorar. Escuchen en cambio a Heráclito: «Si no esperas lo inesperado, no lo reconocerás cuando llegue, porque es misterioso e indescifrable.»

Heráclito tiene razón. Y como es imposible esperar lo inesperado, dada su condición de indescifrable, lo único sensato es prevenir el futuro a partir de la seguridad siempre precaria de disponer de una capacidad de reacción suficiente contra las contingencias. Eso es, definido en una sola frase, el verdadero progreso.

Y eso es justamente lo que no se ha hecho en este país después de la primera oleada del covid, y lo que tampoco se está haciendo ahora que la segunda ha superado ya las dimensiones de la primera. No se ha progresado, no se ha invertido en la prevención de lo inesperado sino en preparativos para un retorno precipitado, cuanto más deprisa mejor, al terreno conocido de lo esperable.

Se toman los contagios como una anomalía en relación con una normalidad descrita por los algoritmos a partir de los inputs almacenados en años pasados. “La pandemia pasará”, dicen los entendidos. “Fijo que llegará una vacuna”. Lo que se prepara, entonces, es la “normalidad” de una post pandemia en la que las cosas volverán a ser tranquilizadoramente como antes, y habrá que preocuparse por hacer crecer el PIB y por atender con esmero al turismo de masas que volverá a abarrotar nuestras costas y a consumir copas tardías en los bares after hours. Se piensa en una post pandemia en la que volverán a sobrar camas de hospital y los/las profesionales de la medicina y los cuidados se verán obligados/as a emigrar para buscarse la vida porque este país volverá a ser el mejor de los mundos, la maravillosa tierra de Oz solchaguiana donde quien no se enriquece es porque no quiere.

Jeremías, un bloguero de época antigua, fue perseguido de forma implacable por los reyes de Judá. Joaquim hizo quemar su libro, primero, y Sedecías le condenó a muerte después, debido a que anunciaba el sometimiento inminente del país a las naciones del Norte (los babilonios), debido a la mala política. Nabucodonosor hizo finalmente buenos los pronósticos de Jeremías al invadir Israel, y desde entonces se tiene a este último por profeta inspirado por Dios.

No sé si eventos tan arcaicos están incluidos en los inputs que definen las expectativas de nuestros mercados globales, pero el paralelismo con nuestra situación actual es llamativo. Nuestras autonomías ultraliberales siguen emperradas en no invertir donde sería necesario, lapidan desde los medios de desinformación a quienes anuncian calamidades, y reclaman del Estado al que aborrecen el maná abundante que precisan para seguir en los mismos asuntos en los que estaban.

Jeremías y yo avisamos: el socavón crecerá aún más si no se aplica, en lugar de parches Sor Virginia, un remedio sustancial y sostenible a largo plazo.

Palabra de ¿Dios?