jueves, 8 de octubre de 2020

SENTENCIA PARA AMANECER DORADO

 


La avenida Alexandras, en Atenas, durante la manifestación por la sentencia contra Amanecer Dorado (fuente, Athina9.84)

 

Sé muy bien que una golondrina no hace verano, pero me fastidia que los medios de comunicación españoles no hayan prestado mayor atención a un tema que han considerado ajeno, y tirando a anecdótico: la condena de Amanecer Dorado. El que llegó a ser en su momento tercer partido griego (chocante semejanza con el ascenso de Vox en España) ha sido ilegalizado como “organización criminal”.

Ekathimerini tituló en portada: «El juicio a fascistas más importante desde Nuremberg». Se mire como se mire, es así. Amanecer Dorado no jugó nunca en la misma división que el hitlerismo, no provocó guerras globales ni catástrofes de las dimensiones del Holocausto. Pero se situaba de forma consciente en la estela del pensamiento nazifascista, alentó situaciones de marginación y acorralamiento de determinados colectivos desprotegidos, convocó actos inequívocamente violentos y asesinó a personas: la más señalada, un rapero que fue atacado en cuadrilla, en la calle, y contra el que disparó mortalmente uno de sus acosadores, todos ellos miembros destacados de AD.

La fiscal del caso consideraba que el culpable del asesinato era la persona, no el grupo. Que se debía circunscribir el delito en unos parámetros psicológicos y sociológicos estrictamente individuales, no grupales. Que no había razón suficiente para condenar al partido en bloque.

Su criterio era compartido de forma pública por Kyriakos Mitsotakis, jefe del gobierno de la derechista Nueva Democracia, y por voceros de ciertos estamentos con un peso fáctico considerable. Desde el poder económico siempre se ha tendido a considerar el activismo escuadrista como un aliado potencial contra el verdadero enemigo de clase.

El juez de apelación ha recurrido a una doctrina distinta, y ha hecho un tipo diferente de justicia. Nos convendría a todos visionar de nuevo aquella película de Stanley Kramer sobre el juicio de Nuremberg, Vencedores o vencidos, en la que el juez interpretado por Spencer Tracy se veía sometido a toda clase de presiones, Marlene Dietrich incluida, para dictar sentencia desde una conveniente y equidistante “altura de miras”. No me imagino a don Carlos Lesmes ni a don Manuel García Castellón en el papel de Tracy. Tienen las espaldas demasiado curvadas de tanto inclinarse obsequiosamente ante poderes que nunca dicen su nombre.

La sentencia griega generó una explosión de alegría popular, de la que puedo dar fe; y una manifestación pacífica y muy nutrida lo celebró en la avenida Alexandras, frente al Tribunal de Apelación. La fiesta acabó como ocurre de forma invariable en Grecia con las manifestaciones de carácter izquierdista o antifascista: un pequeño grupo de provocadores arrojó objetos a las fuerzas antidisturbios, y estas replicaron con gases lacrimógenos y palizas indiscriminadas a los presentes. Atenas no es el paraíso.