La avenida Alexandras, en
Atenas, durante la manifestación por la sentencia contra Amanecer Dorado
(fuente, Athina9.84)
Sé muy bien que una
golondrina no hace verano, pero me fastidia que los medios de comunicación
españoles no hayan prestado mayor atención a un tema que han considerado ajeno,
y tirando a anecdótico: la condena de Amanecer Dorado. El que llegó a ser en su
momento tercer partido griego (chocante semejanza con el ascenso de Vox en
España) ha sido ilegalizado como “organización criminal”.
Ekathimerini tituló en portada: «El juicio a fascistas más
importante desde Nuremberg». Se mire como se mire, es así. Amanecer Dorado no jugó
nunca en la misma división que el hitlerismo, no provocó guerras globales ni catástrofes
de las dimensiones del Holocausto. Pero se situaba de forma consciente en la
estela del pensamiento nazifascista, alentó situaciones de marginación y
acorralamiento de determinados colectivos desprotegidos, convocó actos inequívocamente
violentos y asesinó a personas: la más señalada, un rapero que fue atacado en cuadrilla,
en la calle, y contra el que disparó mortalmente uno de sus acosadores, todos
ellos miembros destacados de AD.
La fiscal del caso consideraba
que el culpable del asesinato era la persona, no el grupo. Que se debía
circunscribir el delito en unos parámetros psicológicos y sociológicos estrictamente
individuales, no grupales. Que no había razón suficiente para condenar al
partido en bloque.
Su criterio era
compartido de forma pública por Kyriakos Mitsotakis, jefe del gobierno de la
derechista Nueva Democracia, y por voceros de ciertos estamentos con un peso
fáctico considerable. Desde el poder económico siempre se ha tendido a considerar el
activismo escuadrista como un aliado potencial contra el verdadero enemigo de clase.
El juez de
apelación ha recurrido a una doctrina distinta, y ha hecho un tipo diferente de
justicia. Nos convendría a todos visionar de nuevo aquella película de Stanley
Kramer sobre el juicio de Nuremberg, Vencedores
o vencidos, en la que el juez interpretado por Spencer Tracy se veía sometido
a toda clase de presiones, Marlene Dietrich incluida, para dictar sentencia
desde una conveniente y equidistante “altura de miras”. No me imagino a don
Carlos Lesmes ni a don Manuel García Castellón en el papel de Tracy. Tienen las
espaldas demasiado curvadas de tanto inclinarse obsequiosamente ante poderes
que nunca dicen su nombre.
La sentencia griega
generó una explosión de alegría popular, de la que puedo dar fe; y una
manifestación pacífica y muy nutrida lo celebró en la avenida Alexandras,
frente al Tribunal de Apelación. La fiesta acabó como ocurre de forma
invariable en Grecia con las manifestaciones de carácter izquierdista o antifascista: un pequeño grupo de
provocadores arrojó objetos a las fuerzas antidisturbios, y estas replicaron
con gases lacrimógenos y palizas indiscriminadas a los presentes. Atenas no es
el paraíso.