domingo, 18 de octubre de 2020

LA BELLA RAMNUNTE

 


Delante de las puertas de la ciudad.

 

En la punta nordeste del Ática, delante de la gran isla de Eubea y separada de ella por un brazo estrecho de mar y algunos islotes menores, se alza la que fue ciudad-fortaleza de Ramnunte y es hoy un yacimiento arqueológico tan bello como casi inaccesible. Desde Atenas no hay ninguna guía práctica que permita llegar hasta la entrada del yacimiento, salvo un GPS bien actualizado; y desde la taquilla de la entrada, siguiendo la llamada ‘Tafikí Odos’ o vía de los Sepulcros, hasta su objetivo final, el visitante se ve sometido a un ajetreo realmente duro.

Lo hicimos ayer dos “seniors” de postín, Carmen y yo, acompañados por la siguiente generación familiar. Los nietos se quedaron en Egáleo alegando compromisos impostergables con sus respectivas amistades.

 


Carmen junto a las ruinas del templo de Némesis.

 

A un lado, en el punto más alto de la vía de los Sepulcros, se alzan las ruinas del templo de Némesis. Las historias cuentan que el rey persa Jerjes, cuando llevó a cabo su desembarco en el Ática, descargó en ese lugar un gran bloque de mármol con la idea de labrar en él un monumento a la victoria que pensaba cobrarse sobre Atenas, dada ya por segura habida cuenta de los pronósticos unánimemente favorables de sus arúspices, similares a nuestras actuales encuestas de opinión.

Las cosas fueron de otra manera, sin embargo, y los escultores locales aprovecharon los mármoles abandonados allí para labrar una estatua de Némesis, diosa de la Venganza, que fue muy alabada por los críticos de arte de la capital.


 Vista de conjunto arqueológico desde las proximidades del templo de Némesis. Enfrente, un islote alargado; la isla de Eubea se adivina apenas, al fondo.

 

Desde el templo, el camino desciende de forma abrupta, en una especie de torrentera, hasta las puertas de la ciudad. El lugar está muy bien conservado. La vía principal sube entre diversos grupos de edificaciones hasta un altozano donde se ubican, en tres escalones sucesivos del terreno, el gimnasio, el ágora-teatro y la acrópolis. El teatro no tiene gradería; tan solo algunos sitiales alineados, en los que se sentaban los notables de la ciudad.

Ramnunte contaba con dos puertos, en realidad dos entrantes de la costa rocosa y abrupta en los que se podían varar todo lo más cuatro o cinco barcas trirremes. Era bastante, en aquellos tiempos, para asegurar la vigilancia del estrecho.

La visita fue muy completa, pero extenuante para mí. La rematamos acercándonos a Halkida, la ciudad que tiene un barrio en Eubea y otro en el Ática, unidos por dos puentes, uno relativamente antiguo, levadizo, y el otro colgante y francamente moderno.

 


El ‘lungomare’ de Halkida, desde la orilla eubea.