martes, 13 de octubre de 2020

EL MUNDO, LA GUERRA Y LA CULTURA

 


La Gioconda, de Leonardo da Vinci detalle (fuente, Infobae)

 

Leo en elpais el siguiente titular, que reproduce al parecer palabras del escritor, artista y cineasta Gonzalo Suárez: «El arte y la cultura han sobrevivido a guerras y hecatombes. El coronavirus no cambiará la sonrisa de la Gioconda.»

He puesto antes “al parecer” porque los titulares de prensa suelen resumir, simplificar y en ocasiones traicionar el discurso que reproducen en letra más chica. Quiero creer que este es el caso. No he podido acceder al contenido de la entrevista porque no pago. Tampoco cobro nada por dar mi opinión, de modo que en este sentido elpais y yo estamos en paz.

Vuelvo a la reflexión de Gonzalo Suárez. La segunda frase me parece más cierta que la primera. Cabe dar por sentado que la sonrisa de la Gioconda no va a cambiar ya, será siempre como la conocemos, eternizada por las técnicas de reproducción mecánica aunque su soporte material desaparezca en un momento dado por incendio, explosión, agresión directa u otra causa.

Es la primera frase la que me produce estupor, porque da a entender que el mundo de la cultura y el de las guerras no son el mismo. ¿Seguro? Toda la historia del arte ─por lo menos, “una” historia del arte entre varias posibles─ nos dice exactamente lo contrario. A saber, en un solo ejemplo paradigmático porque para muestra basta un botón, que hubo un momento determinado en el que Meissonier fue considerado un genio de la pintura, y Cézanne, un patán. Hoy la valoración de los dos artistas es exactamente la inversa, y es lícito sospechar que ello se debe a cambios sustanciales en el imaginario artístico en el que vamos a buscar cotidianamente nuestro alimento cultural.

André Malraux escribió al respecto páginas muy jugosas en “El museo imaginario”. Si concebimos, como parece deducirse de la frase destacada en elpais, el arte y la cultura como un eterno retorno siempre igual a sí mismo, un canon universal al que se van añadiendo nuevos ítems pero sin descartar ninguno de los anteriores, una especie de gran museo universal, nos encontraremos de pronto en un engorro al intentar decidir qué arte y qué cultura son los que sobreviven a las guerras y las hecatombes, y cuáles otros, no.

Tal vez el fondo de la cuestión sea que necesitamos una cierta cantidad de perspectiva aérea para juzgar el arte vigente hace no tanto tiempo. Pocos días atrás, una amiga colgó en facebook una pintura realista de Nikolai Bogdanov, y se ganó la reprimenda de otro amigo, que rechazó de forma tajante que aquello fuera arte. “Si fuera una fotografía, la alabaría, pero no como pintura, la pintura es otra cosa.”

Algo tienen que ver, entonces, las técnicas, y por extensión las guerras y las hecatombes, con los cambios repentinos y radicales del gusto. La sonrisa de la Gioconda seguirá siendo la misma siempre, pero hoy no la juzgamos del mismo modo que en el siglo XVI, y es muy probable que después del coronavirus, en la medida en que el mundo global cambie de orientación, vuelva a variar también nuestra valoración cultural de la obra de Leonardo da Vinci.

Quizá, forzando mucho las posibilidades, llegará un momento en que lo consideremos un “putrefacto”, dispensen la expresión daliniana, en función de nuevas propuestas que aparezcan en el mundo del arte, que no es de ninguna manera perenne e inmarcesible, puesto que es ante todo “mundo”.