Llegada al puerto de Ermúpoli, visto
desde la cubierta baja de un ferry de la
compañía Blue Star. Foto, Carmen Martorell.
Aprovechando el
buen tiempo, la celebración de Francisco de Asís y el fin de semana, hicimos la
familia una excursión a la isla de Syros, con noche en Ermúpoli incluida.
Ermúpoli tiene fama
de ser “la más europea” de las ciudades de las islas griegas. Está construida
alrededor de su puerto, en una ensenada no solo amplia y bien abrigada de los
vientos, sino además naturalmente protegida hacia el norte por unos riscos
peñascosos considerables.
En el más elevado e
inconquistable se situó Ano Siros ya en la época cicládica. En el siglo XIII la
isla entró en la órbita de Venecia, y en el punto más alto del risco se edificó
una catedral en honor (naturalmente) de San Jorge. La población era mayormente
católica entonces, y, caso excepcional, lo ha seguido siendo a pesar de la religión
ortodoxa dominante en el país.
La ciudad de Ermúpoli
se desarrolló mucho más tarde, pegada al puerto. Durante las guerras de la
independencia Syros estuvo bajo protectorado de Francia y fue refugio seguro de
toda la población que afluía de las islas situadas más al este, huyendo del
avance agresivo de los turcos (hay cosas que no cambian).
El puerto cumplió
entonces una función logística esencial; se construyeron astilleros y se crearon
algunas industrias manufactureras (algo insólito en las islas griegas, pequeñas
y grandes) para el aprovisionamiento de toda la perifería (región) del Egeo Sur. La calle principal de
Ermúpoli está enteramente pavimentada en mármol, lo que da una impresión inaudita
de lujo, desmentida de inmediato por la modestia ínfima del comercio local
actual.
A lo largo del
siglo XIX prosperó en Syros una burguesía ilustrada y emprendedora. La ciudad
dispone de un hermoso Ayuntamiento en estilo clásico y con Museo Arqueológico
adosado; y de una nueva basílica católica de San Nicolás, que se quiso a imagen
de la de San Pedro de Roma, si bien queda notablemente lejos, en cantidad y
calidad, del modelo. Y, cosa más reveladora, se construyeron también un Casino
y un teatro de ópera, el Apollon, que también quiso ser una réplica en chico de
otro famoso, la Scala de Milán. Es casi diminuto, pero tiene un gran encanto, y
en un museíto ubicado en el piso alto se exponen las glorias pasadas de algunos
divos locales que consiguieron hacer carrera en el bel canto.
Las villas nobles de
dos y tres pisos, con porches de columnas, frontones y tribunas elevadas, jardín
y escaleras que bajan directamente al mar, dan un gran encanto al distrito de
Vaporia, en el rincón este de Ermúpoli. El nombre viene del tráfico de los
barcos de vapor que hormigueaban en el puerto en aquella época dorada.
Desde el mar, la
ciudad asciende de forma abrupta, en calles peatonales con escaleras
interminables y otras abiertas al tráfico rodado por las que automóviles y camionetas
suben en primera algunas rampas tremebundas. Los peñascales que rodean la
ciudad por el norte son de una gran aridez.
Ano Siros queda a
varios kilómetros del núcleo de la capital, todos ellos en cuesta. Hay que llegar en el autobús urbano (no
funcionaba en domingo) o en taxi (4 euros el viaje). Lo que hay allá arriba, salvadas
las iglesias, es edificación de tipo cicládico, es decir vertical y vertiginosa,
enlazada mediante callejones transversales llenos de escaleras, revueltas y
recovecos por los que es necesario avanzar en fila india. Muros encalados, pasos
abovedados, miradores repentinos al paisaje espléndido del Egeo cuajado de
islas. Un contraste turbador con la ostentación burguesa de la ciudad baja.