Fred McMurray y Shirley McLaine
en un fotograma de ‘El apartamento’, de Billy Wilder, 1960. (Fuente: alamy stock
photo)
La muy reciente neoformación
política de JxCat ha reaccionado con rapidez a la denuncia de acoso sexual
presentada por un número no conocido de trabajadoras de dicho partido político
contra el portavoz parlamentario Eduard Pujol. Este ha sido dado de baja “cautelarmente”
de sus cargos y borrado del listado de militantes, y afrontará en solitario el
eventual paso por estrados de su conducta impropia.
No es un tema para
reírse, ni por lo demás señala a la formación, sin más, como una “colla de
degenerats”. La depredación sexual masculina basada en una preeminencia jerárquica
de orden económico, religioso o simplemente factual, sobre personas vulnerables,
es una constante bien tipificada en las estadísticas. Se da en todas las
organizaciones basadas en la jerarquía, en las iglesias y sectas religiosas, en
los ejércitos, en las organizaciones políticas, en los colegios y las
universidades, entre maestros y aprendices de diversos artes y oficios. Entre
los griegos, era un hecho conocido y consentido la relación sexual directa entre
el maestro de cualquier disciplina y su discípulo predilecto. Ese hecho que
ahora nos parece repugnante era visto entonces como un simple rito de iniciación.
No lo digo para exculpar
a Pujol. Todo lo contrario. A falta de datos esenciales que desconozco, me da
la sensación de que su caso se sitúa en el terreno del señor Ramon de la
canción con las criadas, o bien que ha llevado un paso más allá la conocida
filosofía del tres por ciento: yo he hecho algo por ti, y a cambio te reclamo como
compensación una ínfima parte de tu vida sexual.
Quien actúa de ese
modo no suele sentir escrúpulos morales, todo es muy matter of fact. En el argot negocial del derecho romano, un do ut des. El decoro debido hace que nunca
se cite de forma expresa una cláusula no baladí del contrato no escrito: “si tú
te niegas a cumplir tu parte, yo me desentiendo asimismo de mis obligaciones voluntariamente
asumidas hacia ti.” Pero esa cláusula de estilo, siempre sobreentendida, es una
espada de Damocles pendiente sobre la segunda parte contratante, que, colocada
siempre en el filo del abismo del desempleo o de la ruina de sus ilusiones, se resiste a caer en él por puro
instinto de supervivencia, aceptando a cambio otros muy cuantiosos daños
morales capaces de torcer su vida de forma irreversible.
Vean ustedes El apartamento, película de Billy
Wilder, para percibir en todos sus matices la “estrategia de la araña” utilizada
por el depredador sexual, interpretado por Fred MacMurray, y los desastres que
provoca en sus víctimas.