Niña llevando un conejo como
ofrenda a Ifigenia, Museo de Brauron (fuente, Hortus Hesperidum)
Si ya han visto la
Acrópolis de Atenas y las ruinas de Olimpia y de Festos, las columnas del
templo de Sunion y los relieves funerarios del Keramikós, los restos
ennegrecidos de la boca del Hades en Eleusis, y tantos otros vestigios de un
esplendor cultural desvanecido para nuestra civilización posmoderna, guarden aún
unas pocas horas de su próxima visita a Grecia para visitar el templo de
Ártemis y el pequeño museo de Brauron, Vravrona en la transcripción actual en
griego moderno.
La historia de
Brauron empezó con el estropicio que marcó el inicio de la expedición a Troya. La
flota no podía salir del puerto por vientos contrarios, y los augures informaron
al rey Agamenón de que los dioses solo se aplacarían si les sacrificaba a su
hija Ifigenia.
Ustedes saben lo
que es la razón de Estado, y el peso que tiene en las decisiones políticas de
los “héroes”. Ifigenia era la niña de los ojos de Agamenón, pero de todos modos
decidió sacrificarla, por compromiso con los guerreros aliados que habían
venido a apoyarle en su venganza contra los raptores de Helena.
Ahí entró en juego la
rebeldía de la diosa feminista Ártemis, como muchos siglos más tarde aparecería
el discurso subversivo de Antígona en contra de las leyes inicuas de unas
ciudades regidas por varones. Ártemis capturó a una cierva, dio el cambiazo con
la víctima sacrificial prevista, raptó a Ifigenia mediante una nube utilizada
como cortina de humo, se la llevó a su templo de Táuride y la designó su
sacerdotisa.
La ley de las
mujeres, sin embargo, puede ser tan cruel como la de los varones. Ifigenia se
vio en el trance de tener que sacrificar en el altar de la diosa a un
extranjero errante que había transgredido los límites sagrados del templo, y
reconoció en el cautivo a su hermano Orestes. Orestes huía de las Furias
después de haber dado muerte a los matadores de su padre, incluida su madre
Clitemnestra (la historia de los humanos es siempre así de terrible en el mundo
antiguo, que es aún en alguna medida el nuestro).
Ifigenia pidió a la
diosa clemencia para Orestes, y la diosa le concedió lo que pedía. Los dos
hermanos transgresores regresaron juntos y a escondidas al Ática, con el
encargo de levantar allí un templo a Ártemis y hacerle sacrificios.
El templo de Ártemis en
Brauron.
Ese templo es Brauron,
en la costa oriental del Ática. Ifigenia pasó allí el resto de su vida, y ganó
fama como sanadora. Los enfermos peregrinaban a Brauron con ofrendas para
obtener su curación. Ifigenia creó, además, una escuela para niñas, a las que
enseñaba costura, rudimentos de medicina y otras artes con el fin de que fueran
útiles a la sociedad en la que vivían. Cuando una mujer moría de parto, los
parientes tenían por costumbre donar todos sus vestidos a la escuela de
Brauron, que los reciclaba de distintas maneras.
A su muerte, Ifigenia
fue enterrada en el recinto sagrado, a la sombra de un árbol frondoso, y desde
entonces se convirtió en una eficaz mediadora entre el mundo de aquí abajo y el
“otro” mundo de ultratumba.
El trasfondo cultural
de Brauron, entonces, es inequívocamente helénico, pero no el de los héroes,
sino el de los dolientes que acudían allí con la esperanza de recuperar la
salud, llevando seres vivos como ofrenda ─conejos, cabritos, palomas─, y dejando
después, en agradecimiento por los favores recibidos, ex votos esculpidos en
piedra, en los que no aparece el estilo sublime de un Fidias al retratar a Zeus,
a Heracles o a Atenea, sino las formas sencillas y desprovistas de majestad de
niños, ancianos y mujeres.
Ese punto de vista
particular, la otra cara de la moneda griega por así decirlo, da un encanto
especial al Museo de Brauron, que además exhibe algunos relieves asombrosos, de
una calidad artística no inferior a la de los más conocidos y reproducidos en
las guías. No olviden Brauron cuando, superada por fin la alarma actual, vengan
la próxima vez a visitar Grecia.
Niño con un pato, Museo de
Brauron.