Icono de la Dormición de la
Virgen, Ermúpoli, iglesia de la Dormición. Fuente: Artehistoria.
El icono que ven
arriba lo pintó hacia 1560 un joven de diecinueve años que trabajaba en Candía,
hoy Heraklion, Creta.
Se formaba en el
taller de un maestro renombrado, Georgios Klontzas, pero esta no es una obra de
taller, lleva su firma, “Domenikos”. Se especula (la historia del arte está basada con frecuencia en especulaciones) con que se trató de un encargo privado, tal vez de una
persona próxima, un familiar quizá.
El joven artista optó
dividir el espacio pictórico entre dos escenas: abajo, la terrestre, con la
Virgen tendida y Jesús inclinado sobre ella, rodeados ambos de apóstoles o
discípulos de Jesús.
Este, como es
sabido, había fallecido antes que su madre, en la cruz, y ascendido a los cielos
en cuerpo y alma, por propio impulso. Ahora está de regreso provisional, para
ayudar a María a ascender también en cuerpo y alma al cielo.
María aparece
también arriba, en la escena celestial, rodeada ahora de santos. El misterio de
la asunción se explica mediante una nebulosa que ocupa la parte central de la
tabla; en su interior se adivinan figuras de ángeles, los encargados del
traslado.
Se trata de una
escena original y novedosa en el contexto de las pinturas de iconos, sometidas
a unas convenciones rígidas determinadas por una tradición secular. El joven
pintor no se mueve ya dentro de los límites del arte sacro bizantino, sino que se
asoma con descaro a otro tipo de desarrollo, el manierismo renacentista, vigente con mucha
fuerza ya en latitudes y culturas distintas. Sin duda, cabía esperar grandes
cosas en el futuro de un artista de tanto talento e imaginación.
* * *
Se ignora cuál fue
el destino inmediato de la tabla, y también en qué momento, y a través de qué
vericuetos de la historia, fue a parar a Psará, la única isla habitada de un
grupo de las Cícladas del Norte próximo a Quíos, muy cercano a la costa de Anatolia.
Cuando se proclamó (muy
lejos de Psará, en el Peloponeso) la independencia de Grecia, también las islas
se adhirieron al llamamiento. En 1824 una expedición de castigo turca invadió Quíos.
La matanza fue terrible, 20.000 muertos según las referencias de la época, y
todas las mujeres y los niños vendidos como esclavos. (Eugène Delacroix
popularizó aquella lucha en un cuadro famoso, hoy en el Louvre.) Los habitantes
de Psará eran muchos menos que los de Quíos, pero prácticamente todos fueron
masacrados. Corren leyendas ─de autenticidad dudosa─ sobre el grado de heroísmo
que demostraron.
Los monjes de Psará
habían huido antes de la matanza, llevándose consigo libros de devoción,
objetos sagrados e iconos susceptibles de ser profanados por el infiel; y
encontraron un refugio seguro en la cosmopolita isla de Syros, por entonces bajo
protectorado francés. Allí fue a parar nuestro icono, uno más entre los acumulados
en un convento ortodoxo de Ermúpoli.
Vinieron tiempos
revueltos: grandes guerras, sublevaciones de coroneles, cambios geopolíticos, remodelación
de fronteras. Pasado siglo y medio, en el año 1983, la Administración de la
República envió desde Naxos a un experto, Georgios Mastoropulos, para catalogar
las potenciales riquezas artísticas acumuladas en Syros por el trasiego continuado
de migrantes y refugiados.
El experto se fijó
en particular en ese icono, oscurecido por una pátina de polvo acumulado y humo
de velas. Estuvo dos horas largas examinando la pintura centímetro a centímetro.
A su lado tenía a un joven monje, que le había asignado el convento como
ayudante. El monje aguardaba, conteniendo la respiración.
Acabado el examen,
el experto suspiró (lo imagino, por lo menos), se volvió a su acompañante, y le
dijo:
─Lo que tienen
ustedes aquí es un tesoro.
El mismo monje,
ahora un hombre afable de vientre rotundo y barba gris espesa, reía mientras se
lo contaba a mi hija: «¡Me lo estaba diciendo a mí, a mí mismo! ¡Yo fui el
primero en enterarme!». Mastoropoulos le había enseñado la firma: “Domenikos”.
─Sí, sí, Domenikos,
pero Domenikos ¿qué?
─Theotokópulos. El
Greco.
Hubo una conmoción
general. Desde el convento convocaron al alcalde, y el alcalde telefoneó al
Ministerio de Cultura. La ministra era entonces Melina Mercouri, y se trasladó
de inmediato a Ermúpoli.
Guardaron el
secreto, una filtración de la noticia habría provocado demasiada expectación
mediática. Se llevaron la tabla a Atenas, la restauraron con todas las
garantías, certificaron la autoría. El icono retornaría más tarde a Syros para
ocupar el lugar principal del iconostasio de la iglesia, que pasó a llamarse de
la Dormición de la Virgen.
La historia del
arte está plagada de casualidades parecidas. Grandes obras maestras han desaparecido
para siempre, otras deben su supervivencia a casualidades increíbles, y otras
aún han gozado de este tipo de reaparición triunfal después de siglos de
olvido.
Vista de Ermúpoli desde el
muelle. A la izquierda, Ano Siros, coronada por la catedral veneciana de San
Jorge.