Bergantín español (fuente: Todo
a babor).
La moción de
censura de Vox se ha situado en el calendario entre las elecciones de Bolivia y
el referéndum constitucional de Chile. Los tres acontecimientos tienen, a lo
que entiendo, un denominador común. Es este: existen todavía enormes dudas
acerca de lo que quiere la “gente”, esa abstracción simplificadora. Pero está
cada vez más claro lo que “no” quiere.
Ni a la señora Áñez,
ni la Constitución de Pinochet, ni las recetas para ser felices que nos
proponía Santiago Abascal. Han sido tres revolcones sucesivos a un modo,
parecido en los tres casos, de entender la vida y la política. En dos de ellos,
ha intervenido el termómetro infalible del voto popular; en el tercero, se ha
dado una mayoría parlamentaria con cifras inéditas en muchos, demasiados años.
Entre los
comentarios a la moción de censura ha habido de todo. En general, predomina en
los medios y entre algunos tertulianos la idea peligrosa de que Casado se ha “regenerado”,
que ha “roto” con la ultraderecha. No me parece cierto. Como concesión a quienes
piensan de modo distinto en este asunto, diré que no me parece cierto “aún”. Falta
la prueba del algodón. Demasiadas fintas lleva el artista para que le demos sin
más esta última por válida y valiosa.
Lo cierto, con
todo, es que por una vez Casado se ha inclinado en favor de una corriente muy profunda
de opinión, y lo ha hecho arropado por un aplauso cerrado como nunca de los
suyos. Vox no está para el desguace después de la censura a su censura, pero ha
perdido mucha capacidad de fascinación ante el electorado de derechas. Su
fuerza principal ha quedado reducida a determinados cenáculos protogolpistas:
ciertas salas de banderas, redacciones de algunos medios de opinión, sacristías…,
lugares mal ventilados, en una palabra, donde gentes marginales entretienen sus
ocios en elucubraciones de muy mala digestión.
Conviene tener en
cuenta, mientras tanto, que la pandemia arrecia de nuevo, que entramos en un segundo
estado de alarma y que la batalla por los presupuestos generales del Estado va
a ser cerrada, porque los intereses reales de los grupos sociales están muy
encontrados.
Hay viento en las
velas, sin embargo, para impulsar una política distinta de aquella
ejemplificada años atrás por el señor de Pontevedra. Se convoca a los
dubitativos, a los indecisos, a los indignados y los hipercríticos, a tirar
también del jodío carro que se ha atascado. Hay tarea para todos, hay mucho que
reclamar, que recuperar y reivindicar. Tenemos sin duda ideas muy distintas
sobre lo que queremos, pero va quedando claro lo que no: el paradigma de la
desigualdad, de la precariedad, del egoísmo privatizador, de los derechos
restringidos y los privilegios exclusivos.
Es hora de levar el
ancla y salir de las aguas estancadas hacia mar abierto.