Indiqué hace un par
de años, en este mismo “blog-balance-personal-de-cuentas-pendientes”, que uno
de los elementos que hacían reconocible para mí una patria particular es el
canto de las tórtolas al despuntar el día (1). Ese sonido me llega diariamente
aquí en Egáleo, donde las tórtolas ocupan sin complejos las calles y su revoloteo
de árbol en árbol es un espectáculo cotidiano; pero también durante la pasada
primavera de confinamiento en Barcelona, la pacificación del tránsito rodado y
el menor alboroto en las calles desiertas del Eixample permitieron que se
acomodaran algunos ejemplares en el interior de nuestra manzana. Carmen puso en
un rincón de la terraza montoncitos de alpiste, y desde ese momento las
tórtolas agradecidas vinieron a visitarnos. Son pájaros de formas aerodinámicas,
plumaje vistoso de un color gris perla, y vuelo elegante. Un paradigma de civilización
y armonía del género humano con la naturaleza a la que pertenece.
Ahora la vicepresidenta
cuarta del gobierno Teresa Ribera se dispone a prohibir su caza en España, con
base en la declaración europea de la Streptopelia
turtur como especie protegida dada su especial vulnerabilidad. La Real
Federación Española de Caza ha calificado de desleal la iniciativa de Ribera.
Desleal, ¿a qué
exactamente? En los últimos años los cazadores le han dado gusto al gatillo
abatiendo una media cercana a los 800.000 ejemplares anuales. El censo de
tórtolas europeas ha quedado reducido al 40% del existente en los primeros años
del siglo.
Ribera ya había
incurrido en las iras de la Federación al prohibir los perdigones de plomo que
se abatían como un vendaval sobre los humedales, envenenando las aguas y matando
a las especies que dependen de ellas. Se trata en ambos casos de directivas
europeas, y está en marcha un expediente sancionador a España por hacer caso
omiso en años anteriores de tales limitaciones. La culpa de la omisión recae en
los gobiernos autonómicos (salvo muy honrosas excepciones), a los que
corresponde elaborar las directivas correspondientes. No es un caso aislado
este desentenderse de sus competencias por parte de las autonomías, que solo
despiertan de su sopor rutinario para reclamar más financiación del gobierno
central.
En este país somos
grandes amantes de la naturaleza: la caza y los toros son los dos indicadores por
excelencia de ese amor un tanto siniestro. Aquiles, según cuenta Homero en la
Ilíada, se enamoró de Pentesilea, reina de las amazonas, en el momento mismo de
atravesarla de parte a parte con su lanza. Aquiles podía haber sido español.
Aquí el amor parece exigir el exterminio del ser amado. La base filosófica de una
norma de conducta tan reiterada puede ser un sentimiento trágico de la vida,
como apuntó Unamuno, o la idea faraónica de que el soberano se instala en su
tumba con todas sus posesiones, de modo que el mundo y la variedad de la
naturaleza se transforman en su entorno hasta quedar reducidas a un mausoleo
cerrado que solo contiene cadáveres embalsamados.
Post-data.-
Este post lleva post-data porque
hace el número 2000 de mi blog; la cifra no tiene más significado que el de su
mismo volumen, pero invita a una celebración con mis lectores. Lo previsible es
que el número de entradas no crezca mucho más, de modo que os invito a brindar juntos
por el éxito de haber llegado por lo menos hasta aquí.
(1) Ver http://vamosapollas.blogspot.com/2019/05/tortolas.html