lunes, 12 de octubre de 2020

MADRID COMO PROBLEMA

 


Justas caballerescas en el Real Sitio de Aranjuez, obra de Luis Paret y Alcázar, Museo del Prado,Madrid (fuente, Artehistoria).

 

Hoy se celebra ─es un decir─ el día de la Hispanidad, concepto de un valor dudoso pero sobre el cual han insistido mucho algunos intelectuales de entidad y significado diverso. Ninguno llegó tan lejos por ese camino como Francesc Pujols, que no alababa la Hispanidad sino el valor complementario de la Catalanidad, y sostuvo que llegaría un día en que los catalanes, por el mero de hecho de serlo, podrían pasearse por el mundo entero con todos los gastos pagados.

No corren buenos vientos para la autoestima de los catalanes como “bloque histórico”, y es dudoso que nadie respalde hoy la profecía de Pujols. Ni siquiera el prohombre de Waterloo, que “sí” se pasea por el mundo con todos los gastos pagados, pero pagados por la parroquia, no por el homenaje extático del mundo mundial a su calidad y significación de catalán universal.

La Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) también fabricó su propia leyenda en este contexto: un “modelo de éxito”, digno de ser admirado e imitado universalmente.

Tampoco corren buenos vientos para el invento. Los estrategas de los estados mayores de una determinada derecha política han decidido utilizar la CAM como ariete para hundir el muro miserabilista del gobierno central escapado de sus manos y de su control (subida del salario mínimo, prohibición de despidos objetivos, subidas de impuestos a los ricos, confinamientos contra un virus insignificante que ataca preferentemente en los suburbios, ¿dónde se ha visto tanta morralla en un gobierno?, deben de preguntarse).

El rutilante modelo madrileño de prosperidad frente a la mugre, ese ha sido el planteamiento. La diferencia era patente, ¿qué podía salir mal?

Bueno, pues no está saliendo bien. El gobierno presidido por la señora Ayuso ha descendido a un 10% de aceptación popular, según encuestas. Los madrileños se sienten “rehenes” de su gobierno, utilizados como carne de cañón en el asalto de una fortaleza que no solo resiste más allá de los límites apresuradamente calculados por los asaltantes, sino que se refuerza poco a poco, voto a voto diríamos, a medida que más personas obnubiladas por los espejuelos de la antigua farsa se van rindiendo al principio de realidad.

El principio de realidad condiciona mucho más de lo que puede parecer los planteamientos y los programas elaborados a compás y cartabón en los cuarteles generales. Los líderes políticos están obligados a tener en cuenta que, en una estrategia de desgaste, se desgastan tanto las tropas del bando contrario como las del propio. Lo que en general desea la gente común es vivir mejor, y con ese objetivo es capaz de soportar algunos sacrificios provisionales, siempre que tales sacrificios no supongan vivir francamente peor durante un lapso de tiempo demasiado largo. Antonio Gramsci llamó “cadornismo” (del general Luigi Cadorna, comandante en jefe de las tropas italianas en la desastrosa ofensiva de Gorizia) a la actitud de quienes plantean campañas especulando con las debilidades potenciales del enemigo, pero haciendo caso omiso de las propias.

Gramsci se refería sobre todo a actitudes de determinada izquierda poco realista, pero las derechas están demostrando que son muy capaces de hacer lo mismo. Es el caso de la Comunidad de Madrid. Puestos en la tesitura de ejercer de ariete en una batalla que solo puede beneficiar a las grandes fortunas a costa del crecimiento de los índices de mortalidad, de una todavía mayor precariedad en el empleo y del hundimiento de la calidad de vida alcanzada, los madrileños se sienten “rehenes de la política” y retiran el apoyo a los dirigentes que votaron mayoritariamente en un momento en el que tenían en mente expectativas muy distintas.

No hace falta entrar en la discusión sobre las bondades o no del modelo Madrid, sobre lo que ha ocurrido antes, sobre lo que pudo haber sido todo a partir de la Transición, etc. De esta crisis en concreto, o salimos todos juntos, o no salimos. Así de claro.