Informa el diario Público (no sé por qué los demás no recogen una
noticia tan interesante) de que los tres ayuntamientos de mayor peso
demográfico en el país han conseguido reducir su deuda 100 millones de euros en
100 días. El desglose es el siguiente: 54 millones (-0,6% sobre el total de la
deuda) en el Madrid de Manuela Carmena, muy lastrado
por las secuelas en tesorería de los sueños de grandeza de Gallardón; 34 m (-4,7%)
en la Barcelona de Ada Colau, y 10 m (-1,3%) en
la Valencia que fue de Rita Barberá y ahora gobierna Joan
Ribó.
Resulta que otra
política municipal sí era posible, a pesar de todo el viento que se nos había
vendido en contra de tal idea. Hasta ahora, en la ponderada apreciación del
escritor barcelonés Eduardo Mendoza, consustancial
a la figura del alcalde era el gastar sin ton ni son y hacer el bandarra. La
afirmación aparece en su novela La ciudad
de los prodigios y se refiere en particular a los alcaldes de Barcelona.
Cuenta el ilustre cronista, y sus palabras han de ser tenidas, por venir de
quien vienen, como ciertas y fidedignas, que allá por 1927, estando la ciudad
en obras para acoger la segunda Exposición Universal de su historia, la imagen
de santa Eulalia, patrona de la ciudad, seriamente preocupada por la situación,
decidió abandonar por unos minutos el pedestal que ocupaba en una capilla
lateral de la catedral de Barcelona, se encaminó al cercano edificio del
Ayuntamiento y entró en el despacho del alcalde don Darius Rumeu i Freixa,
barón de Viver: «¡Ay, Darius, ya haréis
de bestiezas entre todos!», apostrofó la santa al munícipe, según cuenta
Mendoza.
El último de una
larga saga de alcaldes barceloneses manirrotos y bon vivants ha sido hasta el momento Xavier
Trias i Vidal de Llobatera, que lo fue por la desaparecida coalición
Convergència i Unió. En estos días se está rasgando las vestiduras (Toni Farrés le habría recomendado como remedio un
buen sastre) por la “infame” gestión de Colau, y aspira a convencer a sus compañeros
de consistorio de que lo respalden en un voto de censura que coloque a la actual
alcaldesa en la oposición de la que nunca debería, en su opinión, haber salido.
La historia se
repite. En la versión actual, Trias encarna al barón de Viver, y Colau a santa
Eulalia, dicho sea sin intención de ofender a ninguno de los dos.