Las derechas de
este país se llenan la boca de palabras gruesas contra sus adversarios:
compararon la ley de plazos del aborto con el Holocausto nazi, adjudicando en
la duda una leve ventaja ética para los nazis. Y en cambio, las mismas derechas
son ridículamente quisquillosas en lo que respecta a sus cosas particulares, y
ven agravios donde difícilmente los vería la princesa de la fábula que no podía
dormir por culpa del guisante extraviado bajo los diez colchones de plumas.
No exagero. Las
comisiones preparatorias de fiestas de los distritos madrileños de Puente de
Vallecas y San Blas-Canillejas han decidido por votación que este año la
cabalgata de los Reyes se compondrá de dos Magos y una Maga. Podría ser un
homenaje poético al Cortázar de Rayuela.
En cualquier caso, el asunto parece de una inocencia y una ponderación notables.
No tres Magas, sino solo una: ni siquiera se alcanza la paridad de género en la
cabalgata.
Pues el
PP ha llamado a desafuero, y reprochado al Ayuntamiento de Madrid una
iniciativa que, a juicio de su concejala Isabel Rosell, supone “emplear las
políticas de género para disfrazar el sectarismo y la falta de sentido común.”
Partamos de la ficción que está en la base de
la cabalgata. Se supone que los Magos vienen a traer juguetes a los niños que
se han portado bien. Es decir, se utiliza una leyenda piadosa para disfrazar
una realidad muy distinta: los niños con padres de posibles reciben regalos, y
los que no los tienen, no. Los reyes ful de las cabalgatas de los barrios del
extrarradio suelen paliar esa desigualdad hiriente con un reparto de juguetes a
niños necesitados, y además distribuyen a voleo caramelos a su paso por las
calles. Todo lo cual ha cuajado en una tradición entrañable, pero de ningún modo
fijada a rajatabla para siempre. Más sensato parece afirmar que los detalles
accesorios de la cabalgata son elementos susceptibles de ser enmendados a su
gusto por la fantasía de cualquiera, sin ofensa para nadie.
Así ha ocurrido, de hecho. Todos estos años
se ha dado una super proliferación de desfiles, la multiplicación de pajes de fantasía,
las arribadas en helicóptero o en satélite en lugar de los tradicionales camellos,
y las paradas obligatorias de los magos en todos los grandes almacenes que
encontraban a su paso, para recibir allí las peticiones de los niños. Nadie se
ha quejado nunca de tanto descarrilamiento. La cabalgata no ha sido conceptuada
como un hecho litúrgico, “serio”, sino laica e ingenuamente festivo.
Ahora, de pronto, Isabel Rosell argumenta que
los Magos “de verdad” fueron tres varones, y que Carmena tergiversa ese hecho “histórico”
por sectarismo.
No hay, sin embargo, constancia escrita en
las crónicas de ningún país de Oriente ni en la Palestina romana del paso de
una cabalgata guiada por una estrella que fue a detenerse en Belén (o, para el
caso, en cualquier otro lugar). No hay rastro de adónde fueron a parar el oro,
el incienso y la mirra que ofrendaron los ilustres visitantes a la familia forastera
refugiada para pasar la noche en una casa, o un pesebre, de dicha población. Y aunque
demos por científicamente probada la letra estricta del Evangelio de Mateo (Lucas
habla solo de una adoración de pastores, Marcos y Juan no mencionan el tema), la
señora Rosell podrá comprobar con facilidad que el texto no fija el número ni,
menos aún, el sexo de los magos adoradores. Tanto sectarismo cabe en principio
en dar por sentado que fueron tres los magos, y los tres varones, como en
sostener que fueron siete, y las siete mujeres.
Eso es lo que puede decirse en relación con
el sectarismo. En relación con el sentido común, las cosas están aún más claras. Lo que sí es un atentado
garrafal contra una virtud tan alabada por Mariano Rajoy en cualquier circunstancia,
es convertir una cabalgata de Reyes en casus
belli contra una alcaldesa “roja” que el PP tiene atragantada sin remedio desde
que ocupó graciosa y democráticamente el puesto que el partido tenía reservado para doña
Esperanza.