martes, 22 de diciembre de 2015

GEOMETRÍA VARIABLE


Algunos comentaristas políticos se sienten a gusto con la calculadora. Esta mañana me he desayunado con un análisis según el cual Pablo Iglesias ha sacado menos votos que Manuela Carmena en Madrid pero más que Kichi en Cádiz, con la pregunta añadida de si la gestión de algunos de los nuevos ayuntamientos no habrá pasado factura a Podemos. A ver. Las facturas son múltiples, y vienen de todos lados, y quienes no quieran ser tachados de insolventes habrán de pagarlas todas. Pero ese es un tema aparte. La insolvencia mayor consiste en querer resolver con la calculadora los problemas de la política: cuántos votos más tiene este y cuántos menos aquel, y con cuántos y con cuáles diputados electos puede componerse una mayoría estable de gobierno, entre otros pasatiempos recreativos parecidos. El algoritmo posee un poder de seducción irresistible para ciertos espíritus más euclidianos que cartesianos, incapaces de darse cuenta de que las personas no son ni serán ecuaciones algebraicas.
La renovación de la política, lo que con un término simplificador y ambiguo solemos llamar “cambio”, arrancó de las municipales. De abajo, como debe ser. Las Ciudades Rebeldes y las Mareas han constituido una experiencia de participación nueva, un laboratorio importante para el despliegue de iniciativas plurales, y una cabeza de puente hacia perspectivas de gobierno en ámbitos más amplios. Es importante constatar que se trata de formaciones de geometría variable. Las peculiaridades de cada lugar y de cada formación han permitido que el experimento cuajara, o lo han abocado a la frustración. Gentes que han estado en algunos lugares y se han sumado a unos programas, han declinado aparecer por otros foros. Otros, pongamos que hablo de la familia relacionada con IU, han sido aceptados en unas latitudes y rechazados en otras, por cuestiones más relacionables con el ser como es de la naturaleza humana, tal como la describía la Miss Marple de Agatha Christie, que con los algoritmos cibernéticos de la sociedad postindustrial.
Algo ha aparecido, en cualquier caso. Algo sin forma y características aún definidas, pero susceptible de ir más allá. Cosa que ofrece, en contraste con lo que ayer se exponía en este mismo lugar, algunos motivos para el optimismo.
Lo llamamos “cambio” pero exige de forma imprescindible un nuevo modo de hacer política. Más colectivo, más consensuado, menos “de autor”.
De momento, el pequeño terremoto va a provocar un congreso abierto del Partido Popular, y tal vez el pase a la reserva de Mariano Rajoy. El inmovilismo no alcanza a servir de tajamar contra las mareas. El partido alfa necesitará en adelante una cintura considerablemente más ágil, y mejor juego de pies para moverse con soltura en el cuadrilátero recién improvisado.
El partido socialista se enfrenta a una incógnita crucial: o suma en la composición novedosa de las mareas, o apuntala el tajamar. En la formación de los gobiernos autonómicos ha hecho un poco de todo, pero el retroceso sufrido en las generales indica que no le va a ser posible seguir nadando mucho tiempo entre dos aguas. Y la idea de cargar en solitario con la tarea de oposición, en contra de unos y a espaldas de los otros, es pura entelequia.
De Ciudadanos no vale la pena hablar. Su posición en esta geometría no es variable. Estaba prefijada de antemano por las fuentes de financiación que han colocado a Albert Rivera en el lugar que ahora ocupa.