Ayer me pareció
haber dicho todo lo que podía decirse en torno a la cuestión de las reinas
magas de Puente de Vallecas y San Blas-Canillejas. Hoy añaden leña al fuego
Esperanza Aguirre y el obispo de Córdoba.
Declara Esperanza Aguirre que lo que pretende Ahora Madrid es “acabar con las tradiciones
cristianas”. La apreciación de la señora es un pelín exagerada, son muchos los
teólogos católicos que colocan entre paréntesis el episodio de los Magos y la
estrella, y casi ninguno de ellos es simpatizante de Ahora Madrid. Es más, alguien podría interpretar que la veneración por los tres magos valida, entre las tradiciones religiosas, la magia y el recurso como guía de la conducta a la astrología y el horóscopo,
todo lo cual está debidamente incluido en la lista de pecados establecida en el nuevo catecismo
supervisado por el papa Ratzinger. Y de otro
lado, la absorción del fondo religioso de la tradición por el delirio
consumista de las fiestas no es cuestión ni novedosa, ni específicamente
madrileña. Si el asunto de la cabalgata de los Magos forma parte de una conjura
antirreligiosa, los tiros habrán de dirigirse antes contra El Corte Inglés que contra la coalición que
gobierna las cosas municipales de la capital de España.
También ha dicho Esperanza
estar “a favor de la paridad, pero en contra de las paridas”. No nos consta ni
una cosa ni la otra. Es seguro que la paridad no es cuestión que le quite el
sueño, ni pieza esencial de su ideario. Eso de un lado, y del otro, su
biografía política revela un gusto no confesado por las paridas que tiene casi
proporciones de adicción. Como ejemplo bien reciente, la misma frase citada arriba,
en la que reniega de las paridas.
Volvamos a las
tradiciones cristianas. Que hay ataques contra ella de mayor enjundia que las
cabalgatas, lo pone de manifiesto el obispo de Córdoba monseñor
Demetrio Fernández. Sus palabras, incluidas en su carta semanal a la
feligresía y recogidas por Europa Press, constituyen una severa admonición a la
señora Aguirre, por cuanto la paridad sería precisamente, en el pensamiento del epíscopo, la
forma elegida por la modernidad para socavar una de esas hondas tradiciones
religiosas que la munícipe, desde su superficialidad, afirma defender. Veamos.
Tal como expresa monseñor su forma de ver las cosas, en la sociedad familiar el
hombre “aporta particularmente la cobertura, la protección, la seguridad. Es
signo de fortaleza y aporta la autoridad que ayuda a crecer.” La mujer, por su
parte, “da calor al hogar, acogida, ternura.” Las diferencias entre ambos son
complementarias, de modo que “cuanto más varón sea el varón, mejor para todos
en la casa.” En ese sentido, hay solo una manera recta de hacer las cosas,
quiero decir los hijos: concebir y parir como Dios manda. La fecundación in vitro, el “método
de la pipeta”, es un “aquelarre químico”. Las cosas, claras. Según el
diccionario, aquelarre es una reunión de brujas.
Don Demetrio no
deja posibilidad alguna de tergiversación de sus palabras. El fondo de su
razonamiento, nítido y cristalino, constituye una enmienda a la totalidad de lo
afirmado casi simultáneamente por doña Esperanza. En apretada síntesis, podemos
resumirlo así: «Abajo la paridad, y vivan las paridas.»