Fue el economista
estadounidense Robert C. Merton quien llamó la
atención del mundillo financiero sobre un mecanismo descrito en un pasaje de
los Evangelios y popularizado como «efecto Mateo».
Merton fue galardonado
en 1997 con el premio Nobel de Economía por proporcionar una base de cálculo
científica sobre el valor de los derivados financieros, los hedge funds. Es, en consecuencia, un
pájaro de cuenta sin la menor duda. En cuanto al apóstol y evangelista Mateo, él
mismo nos cuenta que era recaudador de impuestos, y que Jesús lo reclamó a su
lado. En una capilla lateral de la iglesia romana de San Luis de los Franceses
hay un hermosísimo cuadro de Caravaggio titulado
“La vocación de San Mateo”. El recaudador está sentado a la mesa, absorto en la
tarea de contar monedas o de arrambar con ellas, y desde el costado derecho de
la escena Jesús lo señala con el índice extendido. Uno de los contribuyentes
reunidos con el recaudador refuerza el llamamiento divino señalando también a
Mateo con el índice. La escena está bañada en una luz cruda que penetra desde
detrás de la figura de Jesús y “horada” casi literalmente las tinieblas
aposentadas en el rincón ocupado por el futuro apóstol. Pueden verlo en
Wikipedia, vale la pena.
Pudo ser
deformación profesional, el caso es que en el pasaje de la parábola de los talentos el Mateo
evangelista lanzó por boca de su Maestro una maldición terrible contra quienes,
trabajando para el medro de un capitalista, se desempeñan sin iniciativa, sin
ambición y con falta de productividad manifiesta. En los versículos en cuestión
(Mateo 25,26-30), un siervo a sueldo entrega al señor el talento que recibió de
él y le explica que, por miedo a perderlo, lo enterró, y así está ahora en
condiciones de devolverlo íntegro. Esta es la respuesta del señor: «Siervo malo
y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí.
Debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros. Y así, al volver yo,
hubiese recobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y
dádselo al que tiene los diez talentos. Porque
a todo el que tenga, se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que
tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de
fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»
En cursiva, la
frase concreta que define el “efecto Mateo”. Ha sido utilizada con frecuencia
para señalar el efecto perverso que tienen los beneficios sociales dispensados
por el Estado providencia. Los derechos son en principio los mismos para todos
los ciudadanos, pero los beneficios tienden a concentrarse en quienes menos los
necesitan, y en cambio pasan de largo ante los más necesitados. Otro tanto
ocurre con los créditos bancarios: no se conceden a quien de verdad los necesita sino a
quien especula con ellos a fin de multiplicar indefinidamente los talentos de
su patrimonio.
Se exime de las
comisiones bancarias a las cuentas corrientes más infladas, pero se cobran de
forma implacable a los clientes dudosos; se reducen los tipos impositivos a las
sociedades más boyantes, y se acrecientan para emprendedores de medio pelo; los
fondos de pensiones millonarios recaen a través de contratos blindados en los
altos ejecutivos, mientras el precariado a duras penas conseguirá en el momento
de su jubilación la cuantía mínima de la pensión. Los plutócratas han encontrado
una coartada excelente para sus prácticas en el texto evangélico; y en efecto, cosechan
donde no han sembrado y recogen donde no esparcieron.
Para ellos el
Estado del Bienestar no se ha desvanecido, sino muy al contrario, sigue a su
servicio para darles a manos llenas cuanto desean. Viven en Jauja. Tal y como
constata Alain Supiot (en El espíritu de
Filadelfia, Península 2011, p. 52), las reformas ultraliberales no han hecho
desaparecer las instituciones basadas en la solidaridad, sino que han
facilitado su depredación.