miércoles, 2 de diciembre de 2015

SOBRE EL MALTRATO NORMAL A LAS MUJERES



Ha aparecido el número 2 de la revista digital Pasos a la izquierda. Lo pueden encontrar ustedes en el sitio http://pasosalaizquierda.com/
No solo les recomiendo  apasionadamente su lectura y su difusión; tengo la intención de desgranar en los próximos días algunas reflexiones personales en torno a cuestiones que ponen a debate público los distintos autores del extraordinario ramillete de textos que componen el número de la revista. Me centraré sobre todo en el ámbito que queda más próximo a mis saberes, el del trabajo y la sociedad, o dicho de otro modo, el de la sociedad del trabajo. Pero quiero empezar por lo más básico: antes aún que seres-en-sociedad somos seres a secas, personas, y la discriminación multimodal que la sociedad impone entre personas iguales en principio en rango, dignidad y libertad, por diferentes circunstancias, arranca de la brecha abierta entre los sexos, de modo que el uno ocupa una posición dominante, y el otro está sometido.

Luisa Posada Kubissa explica cómo el perfil del maltratador no se corresponde con una patología definida ni con unas circunstancias específicas calificables de “riesgo”. Existen desde luego violencias determinadas por el alcohol, por la frustración, por la obcecación posesiva, por los celos patológicos, por el narcisismo del varón, por pulsiones sadomasoquistas o por otras causas. Pero se trata de excesos puntuales que vienen a romper con una virtus in medio en la que se tiende a incluir como comportamiento normal un maltrato moderado, socialmente aceptable en la medida en que queda contenido en los términos de la intimidad de las parejas.
Esa sería la razón última de que, como apunta con agudeza Olga Fuentes Soriano, falte la «voluntad política» de erradicar la violencia machista, o por lo menos de prevenirla en lo posible y castigarla con severidad cuando sucede. Siempre se acaba por encontrar justificaciones, siempre se piensa que mañana las cosas mejorarán. La espiral de muertes y de denuncias lo desmiente. Mañana las cosas irán a peor, si hoy no nos preocupamos de poner remedio. Si no situamos el tema de las violencias machistas como una cuestión de Estado.
Llevamos a cuestas una larga herencia de desigualdad en este sentido. La cosa arranca de un lado del Antiguo Testamento; de otro, del derecho romano. No me entretengo en ponerles ejemplos; lean ustedes mismos los libros del Antiguo Testamento, detecten una por una las perlas que contienen en lo que se refiere al sexo femenino, y consideren que todavía hoy millones de personas consideran revelación divina tanto esos textos en sí mismos como el orden social que imponen. Otro tanto cabe decir del derecho romano, que desde una matriz cultural absolutamente distinta consagró el ius maltractandi y dio al paterfamilias poder de vida y muerte sobre sus esposas y sus concubinas. Las dos tradiciones confluyeron en la consideración de la superioridad ontológica del varón y el sometimiento de la mujer a su autoridad omnímoda, como un “orden natural”.
Hoy se ha paliado en buena parte la clásica “invisibilidad” de las violencias que se ejercen sobre las mujeres; en buena parte también, ellas ocupan un lugar más prominente en una sociedad más igualitaria que les ofrece mejores oportunidades de realización personal. Pero la “cabeza de la Gorgona” (para usar la expresión de Kelsen) sigue aflorando aquí y allá, en mil lugares, reclamando sus viejos privilegios: el maltrato a las mujeres es “normal”, se nos insinúa, una y otra vez, por boca de legisladores y de jueces; lo reprobable es en todo caso el exceso en el maltrato.
Mientras se siga castigando solo el “exceso” y se respete la “norma” así concebida, no llegará el necesario cambio de mentalidad. Cualquier propuesta política de izquierda debe tomar nota de esta estructura social y de la urgencia de transformarla.