No está en mi ánimo
ejercer ahora de Jeremías de servicio. Los
resultados de las elecciones generales me parecen muy bien, sobre todo en
términos comparativos con lo que tuvimos antes. Estoy muy de acuerdo en que las
urnas abren puertas que parecían cerradas y derivan la actividad política hacia
derroteros antes poco o nada frecuentados.
Una vez dejada
constancia debida de todo lo cual, ante notario si es preciso, podemos empezar
con las cautelas.
Primera, el PP ha
sido el partido más votado, a pesar de todo. Sí, lo suyo ha sido un batacazo,
pero no “tan” batacazo. El mapa de resultados indica que no han calado en el
electorado ni el discurso tenaz de Mariano Rajoy
acerca de la recuperación económica, ni su alineación junto a los adalides transpirenaicos
de la gobernanza global. Su campaña electoral, o ha sido desastrosa, o no ha
sido. Si ha logrado los votos que ha logrado, es porque sigue siendo dueño de
los campanarios y de las covachuelas. Es decir, de la España rural donde siguen
predominando las estructuras caciquiles, y de la clase funcionarial madrileña,
atenta únicamente al “qué hay de lo mío”. Los votantes del PP no tienen en
cuenta el goteo continuo de casos de corrupción, o lo perdonan con benignidad
debido a que se trata de un robo de caudales públicos para un buen fin. La
situación me recuerda a la época del destape en el tardofranquismo, cuando los
desnudos solo eran permitidos si estaban justificados por el guión. Hubo verdaderas
vueltas de tuerca de los guionistas para despojar de sus vestidos delante de
las cámaras a las jóvenes actrices en flor, con las excusas más inverosímiles.
Ahora el PP hace lo mismo (véanse como ejemplo las explicaciones de Cospedal) para justificar la corrupción que se le sale
por las costuras.
Tampoco ha calado
el discurso de renovación del PSOE. Si mantiene un bloque de voto fiel, aunque muy
disminuido, se debe a la eficacia de sus redes clientelares, en particular en
Andalucía. Pedro Sánchez no solo no ha sido el Corbyn español, sino que ha eludido con cuidado
exquisito cualquier mención por etérea que fuese a la existencia de un tal
Corbyn. Sus torpezas en la fase final de la campaña han sido muy visibles. No
importa si esa “pinza” moruna de todos contra el PSOE se la inventó él solo, o
si ha seguido al pie de la letra las indicaciones de los asesores de campaña
desde Ferraz. Malo si ha sido lo primero;
peor, si lo segundo. El resultado penoso es que ya nunca más podrá postularse
como adalid del cambio. Ha rendido pleitesía a Felipe y al felipismo. Pecado
grave. Felipe González se preocupó en campaña sobre
todo de descalificar al chavismo, no tan alejado como podría parecer de su
propia concepción de la política, y el mecanismo de las viejas prácticas
clientelares ha valido a su partido un colchón nada mullido pero efectivo de
votos válidos para colocarlo como la opción mejor colocada entre las opositoras.
Añádase a lo
anterior que el PP dispone de un porcentaje de votos suficiente para bloquear
cualquier veleidad de cambio constitucional. Una eventual reforma de la ley
magna habrá de aplazarse, salvo intervención milagrosa de santa Rita de Casia, hasta la siguiente legislatura,
si el clima coadyuva y llega para entonces a nuestros campos el bienaventurado
tiempo de las cerezas.
Mientras tanto el
PSOE puede optar por tres estrategias. Una, buscar acuerdos con otras fuerzas
políticas y sociales para promover, en el hemiciclo y fuera del mismo, iniciativas
consensuadas de progreso capaces de superar la incómoda situación de bloqueo en
la que han dejado las urnas a las instituciones. Dos, refugiarse en ese bloqueo
y dejar transcurrir la legislatura en un ejercicio estéril de monopolio de la
oposición parlamentaria ante los grupos restantes, manteniendo con el partido
de un gobierno minoritario un duelo de tenores que será espeso y difícil de
tragar por la ciudadanía, aunque dará al solista algunas oportunidades de
lucimiento y de floritura. Tres, plegarse a la obvia solución numérica del
jeroglífico mediante una “gran coalición” al estilo de las que se han
practicado, con resultados poco brillantes en general, en otras latitudes. Sí,
ya sé que César Luena y el propio Pedro Sánchez
han anunciado un rechazo a la candidatura de Rajoy al gobierno y una oposición
muy dura, pero solo estamos en el Day After.
El discurso de la oposición roqueña siempre es el primero en aparecer en estas
situaciones; el sacrificio “en favor de la gobernabilidad” aparece sin falta en
una segunda instancia, acompañado por el “ya que no queda otro remedio”.
En todo caso, así
se practicaba la triquiñuela en los tiempos de la vieja política. ¿No será un
optimismo excesivo pensar que hoy las cosas han cambiado de raíz? Convengamos
en que existen algunos motivos para el pesimismo.