Tengo la impresión de
que la campaña electoral va desnortada, y de que se están emitiendo los
mensajes equivocados. Yo diría – y dispensen, no ejerzo de sociólogo científico
ni dogmatizo desde la cuantificación de resultados verificables de encuestas y
sondeos de opinión crudos o cocinados; hablo calculando al tuntún, lo que se decía
“a ojo de buen cubero” cuando los cuberos todavía no se habían visto abocados
al desempleo debido a la revolución tecnológica en la producción de cubas –. Yo
diría, pues, que el deseo expresado mayoritariamente por la opinión común,
incluido ese enorme porcentaje que existe, al parecer, de indecisos, es el de
que las elecciones no las gane nadie. Y como eso materialmente no puede ser,
por lo menos que gane las elecciones quien sea, en el fondo da igual, pero que
las gane por poquito.
Y si miramos las
cosas desde ese supuesto enteramente hipotético – lo concedo de buen grado –,
lo que está haciendo Mariano Rajoy cuando
intenta asustar al personal con la perspectiva de un tripartito de PSOE, C’s y Podemos,
equivale a predicar a un niño los beneficios de un ayuno prolongado, y al mismo
tiempo ponerlo delante del escaparate de una pastelería. ¿No nota Mariano cómo
salivan nuestras glándulas mientras le oímos decir? Un tripartito, caramba,
nuestro sueño de dicha a falta de un eventual cuatripartito o pentapartito.
Pedro
Sánchez, por su parte,
apela al voto útil para no dispersarlo en opciones con poco futuro. Pero son
justamente esas opciones las que aparecen como oscuro objeto del deseo de
muchos votantes potenciales. Teniendo en cuenta cómo se viene a configurar el
futuro que nos garantizan las grandes opciones políticas del país, muchos viejos
votantes monógamos se están planteando la infidelidad, el “salto”, como la
última bala que les queda en la recámara.
Albert
Rivera alerta sobre la
catástrofe de una gran coalición PP-PSOE. A
nadie asusta esa posibilidad; a nadie se le ocurre que sería un retroceso
respecto de lo que hay. Y Pablo Iglesias riza el
rizo cuando denuncia una Operación Menina
para llevar al poder al dúo glamuroso formado por Soraya Santamaría y Albert
Rivera, mientras Mariano Rajoy se eclipsaría por el foro. De nuevo la
perspectiva del escaparate de la tienda de chuches. Con un canto en los dientes
nos daríamos muchos porque ocurriera una cosa parecida. El futuro está preñado
de posibilidades más terribles. Pablo debería haber añadido: «Pensarán ustedes
que esa opción no es tan mala, pero lo espantoso es que ¡Montoro seguiría
siendo el ministro de Hacienda, y se propone la vuelta de Ana Mato a Sanidad!»
Desde mi total
insolvencia en cuestiones de sociología electoral, el discurso que yo haría
sería el siguiente: Las perspectivas son tan malas en la coyuntura que nos
aflige, querido electorado, que mi respetuosa propuesta, más allá del riguroso
programa de prioridades resumido en el tríptico en colorines que el servicio de
orden de este multitudinario acto ha puesto en vuestras manos, es aunar los
esfuerzos de todos para sacar el carro de la cosa pública del lodazal en el que
está atascado. Para semejante tarea nadie es enteramente prescindible, con la
excepción, tal vez, de Artur Mas.
A ver qué pasaría.