Ramon
Alós señala en el
extenso trabajo “El sindicalismo ante un cambio de ciclo”, publicado en el
número 2 de la revista digital Pasos
a la izquierda (1), cómo los dos grandes incentivos genéricos que
impulsan la sindicación – la utilidad particular, en términos “resultadistas”,
que obtiene cada trabajador por el precio de la cuota sindical, y las expectativas
de una acción colectiva organizada para la mejora de las condiciones comunes de
trabajo – están sufriendo una erosión continuada desde hace varias décadas.
Señala Alós seis grandes
factores de cambio, cuya conjunción configura la aparición de un nuevo “ciclo
largo” que exige, claro, “reciclarse” a las organizaciones sindicales en sus
hábitos de trabajo y en sus formas organizativas. Enumero esos seis factores: 1)
el paro y la precariedad en el empleo; 2) la noción misma de trabajo; 3) la
dispersión y la fragmentación de la producción, con el fenómeno añadido de la
subcontratación; 4) las relaciones triangulares, por las que un trabajador contratado
por una empresa presta sus servicios en otra; 5) la gestión de los recursos
humanos, y 6) la globalización y financiarización de la economía.
La lista de
factores de cambio tiene un carácter meramente descriptivo. Está claro que
existe una relación entre varios de esos cambios, y que unos pueden ser
caracterizados como “causas” mientras otros aparecen más bien como “consecuencias”.
También la expresión “cambio de ciclo” es discutible, en la medida en que un
ciclo sugiere la repetición en el tiempo de unas fases determinadas de flujo y
de reflujo, cosa que difícilmente puede aplicarse a la situación de
organización de la producción por la que atravesamos. Ha habido un salto claro
de un modo de producción “dominante” a otro distinto, por más que el cambio de
escenario no haya sido ni completo, ni nítido. Alós lo describe como un
trasvase progresivo de un “viejo” a un “nuevo” sector primario de la
producción. El sector primario es, en este sentido, el que ejerce el rol de
locomotora; los demás sectores siguen detrás, bien aprovechando la inercia
generada, o bien echando el bofe para no quedar rezagados de forma definitiva.
Hay un factor
importante en el cambio de coyuntura económica (si es ese el diagnóstico adecuado)
o de paradigma productivo (como preferimos decir algunos), que Alós omite en su
enumeración: el componente jurídico. Han cambiado en nuestro país – y en otros –,
la legislación laboral y los criterios jurisprudenciales para aplicarla; se han
sucedido casi sin respiro sucesivas y atropelladas reformas que han dado
un giro radical a todo el marco institucionalizado de las relaciones laborales
y de la negociación colectiva. En el mismo número de la revista Pasos a la izquierda antes
citada, se publica una intervención de Antonio Baylos
que profundiza de forma certera en este estado de cosas. Me referiré a ella en
otra ocasión, porque ahora me interesa subrayar algunas propuestas o
sugerencias organizativas de Alós para el sindicato, que me parecen del mayor
interés. A saber:
a)
El dilema confederal: tratar de abarcarlo todo desde la organización, o
coordinarse con otras instancias de forma más ágil. El sindicato confederal “tipo” se ha construido
siguiendo el modelo de la fábrica fordista: concentración, masividad,
jerarquización, unidad de propósito. En épocas recientes, y en parte por la
presión financiera, ha tenido lugar un largo proceso de fusión de federaciones de
rama y de agregación de territorios. Quizás el mejor camino para avanzar sea el
opuesto, “pegarse al terreno” a través de una diversificación de “puntos de
acción sindical” autónomos, no jerarquizados y coordinados en red. Esta
estrategia iría en el mismo sentido de la de la empresa postfordista, que se ha
flexibilizado y “horizontalizado”, externalizando algunas fases del proceso
productivo.
b) El sindicalismo no puede limitarse a intervenir en los centros de
trabajo. Y su interlocutor ya no es solo el empresario, hoy también condicionan
el empleo usuarios, clientes. De esta idea deriva
una conexión fuerte entre sindicato y tejido asociativo en el territorio, incluidos los movimientos sociales de nuevo tipo. Conexión
que solo puede tener lugar, evidentemente, desde la coordinación de esfuerzos y
el respeto recíproco a la autonomía plena del interlocutor .
c) El horizonte del estado-nación, que no debe menospreciarse,
no puede orientar en exclusiva la acción sindical. Hoy
se está configurando un mercado de trabajo global, como indican la frecuencia y
el volumen de las deslocalizaciones de procesos productivos. Las grandes
empresas transnacionales buscan legislaciones “amigables” que les supongan
privilegios, ayudas, exenciones de impuestos y reducciones del coste unitario
de la fuerza de trabajo menos cualificada. Un sindicalismo ceñido al marco estrictamente
nacional es forzosamente perdedor; porque todas las mejoras laborales que pueda
conseguir quedarán anuladas por la fuga del trabajo hacia otras localizaciones
más acogedoras. Lo cual implica la necesidad
de un desdoblamiento de la acción sindical hacia dentro y hacia fuera de las
fronteras y de los sistemas jurídicos elaborados por el estado-nación. No es cuestión de reforzar en los
organismos de dirección a la secretaría de Relaciones Internacionales, sino de
incorporar la nueva realidad a todos y cada uno de los escalones de la
organización. Hay ejemplos, brillantes, de cómo se está haciendo esto en
algunas organizaciones; pero aún no se han extendido lo suficiente, y están
lejos de haber cuajado en una práctica compartida.
d) Tarea prioritaria
del sindicato, frente a la pérdida de cohesión y de identidad de los
asalariados, es “la construcción
de una nueva visión del empleo y de la sociedad, para aunar nuevas identidades
y objetivos”.
Se ha dibujado en los tres puntos anteriores una
organización sindical más flexible y más horizontal, “en red”. Pero para no dispersarse en una suma de corporativismos de recorrido corto, ese
movimiento “centrífugo” ha de compensarse con otro de sentido contrario. La
mayor actividad autónoma y la presencia descentralizada del sindicato en los centros
de trabajo, en el territorio, entre los movimientos sociales y en el ámbito
internacional, requieren un esfuerzo mucho mayor de elaboración, de
confrontación y de síntesis, por parte del grupo dirigente confederal. Esa
necesidad en un mundo que ha crecido en complejidad y en articulación implica
una reflexión de fondo sobre la composición de dicho grupo dirigente, los
saberes diversos que ha de aglutinar, su funcionamiento, su implicación. En una
palabra, su capacidad colectiva de dirección.
La magnitud de estas premisas de cambio justificaría el término "refundación" utilizado en un documento oficial por Ignacio Fernández Toxo para describir las tareas que deberán abordar en el presente inmediato las Comisiones Obreras.
(1) Puede
consultarse en http://pasosalaizquierda.com/