En uno de los
cuentos del volumen Manual para mujeres
de la limpieza, Lucia Berlin sale antes del amanecer a ver las grullas en
la laguna, acompañada por un adolescente amigo de su hijo. Llegan las grullas, «cientos,
justo cuando empezaba a clarear. Se posaron a cámara lenta sobre sus patas
quebradizas. De pronto todo se volvió negro, blanco y gris.» Después de beber,
las aves remontan el vuelo «con el rumor de una baraja de naipes».
– Joder. Ha sido
escalofriante – dice el chico. Y ella le responde:
– Imponente como
escuadrones abanderados. Eso es de la Biblia.
En la Biblia
(Cantar de los Cantares 6-10) la referencia no es un vuelo de grullas sino una
mujer, la Sulamita, objeto de piropos que hoy nos parecen anticuados o
extravagantes (“tu melena cual rebaño de cabras”, “tus dientes un rebaño de
ovejas que salen de bañarse”, “tus mejillas como cortes de granada”). Pero el
poema coge de pronto vuelo cósmico y ardor guerrero: «¿Quién es esta que surge
cual la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como
batallones?»
He transcrito la
versión de la Biblia de Jerusalén. Sus traductores suprimen el adjetivo “abanderados”
que cita Lucia. Es posible que no esté en el original, pero sí algún otro
término que se ha omitido. Como suele sucederme, yo he llegado a ese versículo
bíblico por el camino inverso. La comparación me llamó primero la atención en
la lectura de El nombre de la rosa, de
Umberto Eco. Adso de Melk la aplica a la muchacha que ayuda en la cocina del
monasterio. Sus palabras repiten las del poema bíblico: «Ma chi era costei che sorgeva davanti a me come l'aurora?
Bella come la luna, fulgida come il sole e terribile come un esercito spiegato
in battaglia?»
La belleza femenina puede
tener ese efecto paralizador. Mejor me parece calificarla de “terrible” o de “sobrecogedora”
que de imponente, y más adecuado como metáfora que el simple batallón o
escuadrón, ni que sea “abanderado”, cosa que puede suceder en un desfile
festivo, ese “ejército desplegado en orden de batalla”. La descripción del
encuentro sexual como una batalla tiene raíces hondas en la poesía, baste citar
a Góngora: «A batallas de amor, campo de plumas.»
Lo que les sucede a
continuación a los traductores del Cantar es cómico. El poeta explica que
había bajado al valle para ver si la vid estaba en cierne, y «¡sin saberlo, mi
deseo me puso sobre los carros de mi pueblo, como príncipe!» Si se conecta el
versículo con el anterior, que describe a la bella como un ejército dispuesto
para la batalla, el sentido parece evidente, pero no. He aquí la nota a pie de
página: «Este difícil v. parece querer decir que Yahveh, como por impulso
espontáneo, se pone a la cabeza de su pueblo.»
La acción progresa:
«¡Vuelve, vuelve, Sulamita!», y acotan los glosadores: “evoca el regreso del
Destierro.”
«Tu ombligo es un ánfora
redonda, donde no falta vino de mixtura. Tu vientre, un cúmulo de trigo, de
lirios rodeado. Tus dos pechos, como dos crías mellizas de gacela.». Y comenta
la nota correspondiente (la inicial minúscula para ella y la mayúscula para él
son del original): “Descripción de la esposa, paralela a la del Esposo, 5
10-16. Esta vez evoca algunas particularidades geográficas de Palestina”.
La exégesis bíblica se
parece a veces a la reacción del ciudadano y marido ejemplar pillado in
fraganti en una situación comprometida: “No es lo que parece”.