lunes, 6 de febrero de 2017

COMO UN EJÉRCITO DESPLEGADO PARA LA BATALLA


En uno de los cuentos del volumen Manual para mujeres de la limpieza, Lucia Berlin sale antes del amanecer a ver las grullas en la laguna, acompañada por un adolescente amigo de su hijo. Llegan las grullas, «cientos, justo cuando empezaba a clarear. Se posaron a cámara lenta sobre sus patas quebradizas. De pronto todo se volvió negro, blanco y gris.» Después de beber, las aves remontan el vuelo «con el rumor de una baraja de naipes».
– Joder. Ha sido escalofriante – dice el chico. Y ella le responde:
– Imponente como escuadrones abanderados. Eso es de la Biblia.
En la Biblia (Cantar de los Cantares 6-10) la referencia no es un vuelo de grullas sino una mujer, la Sulamita, objeto de piropos que hoy nos parecen anticuados o extravagantes (“tu melena cual rebaño de cabras”, “tus dientes un rebaño de ovejas que salen de bañarse”, “tus mejillas como cortes de granada”). Pero el poema coge de pronto vuelo cósmico y ardor guerrero: «¿Quién es esta que surge cual la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones?»
He transcrito la versión de la Biblia de Jerusalén. Sus traductores suprimen el adjetivo “abanderados” que cita Lucia. Es posible que no esté en el original, pero sí algún otro término que se ha omitido. Como suele sucederme, yo he llegado a ese versículo bíblico por el camino inverso. La comparación me llamó primero la atención en la lectura de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Adso de Melk la aplica a la muchacha que ayuda en la cocina del monasterio. Sus palabras repiten las del poema bíblico: «Ma chi era costei che sorgeva davanti a me come l'aurora? Bella come la luna, fulgida come il sole e terribile come un esercito spiegato in battaglia?»
La belleza femenina puede tener ese efecto paralizador. Mejor me parece calificarla de “terrible” o de “sobrecogedora” que de imponente, y más adecuado como metáfora que el simple batallón o escuadrón, ni que sea “abanderado”, cosa que puede suceder en un desfile festivo, ese “ejército desplegado en orden de batalla”. La descripción del encuentro sexual como una batalla tiene raíces hondas en la poesía, baste citar a Góngora: «A batallas de amor, campo de plumas.»
Lo que les sucede a continuación a los traductores del Cantar es cómico. El poeta explica que había bajado al valle para ver si la vid estaba en cierne, y «¡sin saberlo, mi deseo me puso sobre los carros de mi pueblo, como príncipe!» Si se conecta el versículo con el anterior, que describe a la bella como un ejército dispuesto para la batalla, el sentido parece evidente, pero no. He aquí la nota a pie de página: «Este difícil v. parece querer decir que Yahveh, como por impulso espontáneo, se pone a la cabeza de su pueblo.»
La acción progresa: «¡Vuelve, vuelve, Sulamita!», y acotan los glosadores: “evoca el regreso del Destierro.”
«Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta vino de mixtura. Tu vientre, un cúmulo de trigo, de lirios rodeado. Tus dos pechos, como dos crías mellizas de gacela.». Y comenta la nota correspondiente (la inicial minúscula para ella y la mayúscula para él son del original): “Descripción de la esposa, paralela a la del Esposo, 5 10-16. Esta vez evoca algunas particularidades geográficas de Palestina”.
La exégesis bíblica se parece a veces a la reacción del ciudadano y marido ejemplar pillado in fraganti en una situación comprometida: “No es lo que parece”.