El Colegio de
Registradores de la Propiedad, distinguido colectivo profesional uno de cuyos
florones más visibles es don Mariano Rajoy Brey, ha hecho públicos los datos
del movimiento en el censo de empresas españolas a lo largo de la crisis. Viene
a ser que entre 2008 y 2016 se han extinguido en el país 214.958 empresas, más
de 23.000 al año.
Nadie se precipite
a rasgarse las vestiduras. La cifra no es buena, pero palidece ante otra de
características prodigiosas: se han creado en el mismo tiempo 823.579 empresas,
cuatro veces más que las desaparecidas. Las cifras respectivas para el último ejercicio
(2016) son de – 27.357 por un lado, y + 102.396 por otro. Esta última cifra
supone un récord absoluto. Jamás antes se habían creado cien mil empresas en un
año, y el articulista que da cuenta del milagro se extasía ante “el incremento
de la actividad empresarial”.
Error. No es lo
mismo un incremento de titularidades de empresas que de actividad empresarial. Hay
mucho de espejismo y de travestismo en este torbellino de empresas que van y
vienen. Sabemos que cualquier futbolista o tenista que sale dos veces en uno de
los programas televisados ad hoc crea a través de sus asesores fiscales una
empresa para controlar sus derechos de imagen; sabemos cómo tales empresas
flotan sobre una legalidad confusa, pasan por diferentes avatares con cambios
de titularidad y de localización, y tal vez acaban por recalar en un paraíso fiscal
difícilmente rastreable para los inspectores de Hacienda. Si eso sucede en un
campo tan acotado (y tan improductivo desde el punto de vista de la comunidad,
dicho sea de paso) como el deporte de élite, puede imaginarse lo que debe de ocurrir
en la esfera opaca de los Negocios con mayúscula, los de verdad. Todo ese
trasiego de extinciones y creaciones solo es una bendición para los
registradores de la propiedad, que no dan abasto a estampar su fe pública en documentos y a cobrar
minutas; la actividad empresarial real y concreta debe ser medida por
parámetros distintos.
Como en otros
aspectos relevantes ya comentados en estas páginas, la estadística tiene solo una relación
tangencial con la realidad, y el primer pecado, de orden menor, de los burócratas
es confundir ambas. El segundo pecado, de orden mayor, es confundirnos a
nosotros con alharacas basadas simplemente en resultados estadísticos. Es lo
que provoca que estemos saliendo de la crisis de forma ininterrumpida desde el
año 2009, cuando empezaron a atisbarse los primeros brotes verdes, y que cada
nueva cifra estadística que se nos presenta en bandeja de plata sea el no va
más de la prosperidad en marcha.
Salvo pequeños
contratiempos imposibles de ocultar. Después de la campaña de navidad, las cifras
del desempleo que fueron las más bajas del nuevo siglo han vuelto a subir,
implacables. Y el recibo de la luz, como no llueve, se ha situado de nuevo en
máximos.