sábado, 18 de febrero de 2017

OH VISIÓN ADORADA DE ORO, ROSA Y MARFIL


Me parece sustancialmente justa la sentencia dictada por el tribunal de Palma. Justa, pero cruel. Dura lex sed lex, decían los romanos. Aquí no había más remedio que condenar a la infanta Cristina, o declararla oficialmente tonta. Se ha optado por la segunda opción. Como acabo de señalar, me parece en sustancia una solución más justa que la otra alternativa, pero también más cruel.
La infanta, por su parte y de motu propio, se ha apresurado a dar toda la razón al juez. Está conforme con su propia absolución, pero mantiene que su marido, el apuesto Iñaki, también tenía que haber sido absuelto porque “no ha hecho nada malo”. Da la sensación de que la señora no alcanza a comprender que la monarquía, una institución colocada por encima del común de los súbditos del estado de derecho y costeada económicamente por el erario, no puede permitirse plebeyeces tales como conchabarse con la trama Gürtel. En la situación imposible creada por ese consorte “más brillante que el alba, más hermoso que abril”, al que ella alentó y jaleó cuando menos en sus enjuagues, para la monarquía como institución era mala la opción de condenar a la pareja; peor la de absolver a los dos, y pésima la finalmente escogida que distingue entre ambos, no por el género, sino por la circunstancia de la sangre azul. Porque ahora queda patente el peligro de que ocupe el lugar más alto del escalafón de gobierno de la nación una persona incapaz de responsabilizarse de sus propios actos, dado que no le alcanzan las entendederas para ello. Esto, no otra cosa, es lo que se deriva de la letra de la sentencia del tribunal de Palma.
Ahora la infanta estará triste en el jardín que puebla el triunfo de los pavos reales. Ruben Darío describió la situación en versos bien medidos según la métrica, pero tan desmesurados en el énfasis que revelan bien a las claras su inclinación excesiva hacia el vino de albondón:
«¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! / (La princesa está triste, la princesa está pálida) / ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!)»
Mi hermano pequeño, José María, presa de un furor explicable con Rubén, me desafió un día a descubrirle algún sentido al verso de la hipsipila. Mi solución particular, que no le dejó satisfecho, es que no significa absolutamente nada. Como tampoco la monarquía, esa “visión adorada” etcétera. A modo de demostración, o de consuelo, le propuse la siguiente redacción alternativa: “Esta noche me marcho de excursión a la Atlántida. / (Mi cuñada está triste, mi cuñada está pálida).” La música del poema es la misma.