Una de las
ideas-fuerza que con más cabezonería se ha intentado propagar desde estas
páginas, es la de que, al encontrarnos bajo el dominio de un paradigma
político, económico y social de características novedosas, es imprescindible llevar
a cabo una resituación de todos los puntos cardinales de la política que nos
habíamos acostumbrado a considerar inamovibles. Lo aclaro y lo concreto: si el
Estado ya no funciona igual a como solía, también los partidos políticos y los
sindicatos están obligados a rectificar todas sus posiciones y sus prioridades,
so pena de verse reducidos a la irrelevancia. (El Estado, lo señalo entre
paréntesis, también va a necesitar reciclarse de urgencia, tanto hacia abajo, en
relación con sus súbditos, como hacia arriba, en el contexto internacional.)
La situación que
estamos padeciendo es parecida, tomando un símil de la ciencia de la guerra, a
aquella en la que un cambio sensible en la posición del frente obliga a nuestras
tropas a rectificar el trazado de todas las trincheras, porque de lo contrario
serán batidas de enfilada por el fuego enemigo.
No estoy hablando
de una posibilidad teórica. De hecho, hablando desde una perspectiva de
izquierda, nuestras líneas están
siendo batidas de enfilada por el fuego enemigo neoliberal. Y sin embargo, no
se percibe ninguna rectificación en el trazado de la línea Maginot de
resistencia. Las coordenadas barajadas desde los cuarteles generales mejor
establecidos siguen apuntando como ejes de actuación a la recuperación de las
premisas del viejo Estado social y a la recomposición de mayorías
parlamentarias suficientes para poner en marcha comisiones que exijan
responsabilidades políticas a los implicados en catástrofes sociales que se
perciben como evitables desde una praxis correcta bien establecida y
reglamentada por las normas consuetudinarias de viejo cuño.
La ciudadanía,
carne de cañón de los recientes desafueros ocurridos de forma tan imparable
como repetida, ha dejado de hacer caso a la sofística de la vieja izquierda
(PSOE, IU) y, en busca de una salida más promisoria, fija su atención en lo que
hemos convenido en llamar “nueva política”: en Podemos sobre todo, y en medida
menor, en Ciudadanos.
El partido de
Rivera ha celebrado ya su congreso, en el que ha dado muestra de una coherencia
admirable. Se ha deshecho de flecos socialdemócratas que más bien estorbaban el
fluir general de su discurso, y se apunta a un liberal-progresismo que anuncia
como “heredero de las Cortes de Cádiz”. ¿Dónde está la coherencia, me dirán?
Sencillo. La clave está en que en el antes y el después, toda la militancia ha
seguido las directrices propuestas por Alberto – antes, Albert – Rivera. Hay
una simetría vertical perfecta que conduce desde el vértice de la organización
hasta la base. Ciudadanos se basa en la adhesión y la consiguiente esperanza de
prebendas; la participación prevista, es únicamente participación en los
beneficios. Los militantes de Ciudadanos son de hecho asimilables a accionistas
de la empresa Rivera SL.
La situación de
Podemos es muy distinta, y bastante más esperanzadora; pero no ha evitado hasta
ahora en medida suficiente un obstáculo muy serio, el de quienes, empezando por
Pablo Iglesias, consideran de su propiedad privada el modelo patentado de
partido que lanzan como propuesta a las asambleas. Un partido de firma, diseño
exclusivo de su autor, intocable por consiguiente para no desvirtuarlo. Si
Pablo y los suyos no consiguen la mayoría, se niegan en redondo a colaborar
desde la minoría. Se retirarán, y punto.
Excuso argumentar
el escaso recorrido que tendría un partido así. Exactamente la misma escasez de
recorrido que el partido de Rivera. Todo dependería del líder, en último
término; del descenso vertical de la línea desde la cúpula hasta la base, sin movimientos
significativos (a pesar de tantos círculos, de tantas asambleas a mano alzada)
en el sentido contrario. El control prevalecería sobre el debate interno; la
propuesta iluminada, sobre la elaboración colectiva.
Sería buena una
rectificación rápida de esa premisa que amenaza encorsetar Vistalegre 2.
Podemos cuenta en su haber con una experiencia distinta: la de la participación
en conglomerados amplios y plurales que se esfuerzan en diversas latitudes en
favor de un cambio de horizonte político: Comunes, Compromisos, Mareas. Por ahí
entiendo que pasan las mejores posibilidades de una resituación de posiciones y
de fuerzas en presencia. Por ahí se pueden concretar nuevas mayorías capaces de
poner en marcha políticas sectoriales, y territoriales, y globales, diferentes.
Eso es lo que
importa. Lo demás es silencio, como se proclama en Hamlet al final de una complicadísima trama política que llega a un
final estéril por consunción, con la muerte violenta de todos los
protagonistas.