martes, 7 de febrero de 2017

PARTIDOS POLÍTICOS DE DISEÑO EXCLUSIVO


Una de las ideas-fuerza que con más cabezonería se ha intentado propagar desde estas páginas, es la de que, al encontrarnos bajo el dominio de un paradigma político, económico y social de características novedosas, es imprescindible llevar a cabo una resituación de todos los puntos cardinales de la política que nos habíamos acostumbrado a considerar inamovibles. Lo aclaro y lo concreto: si el Estado ya no funciona igual a como solía, también los partidos políticos y los sindicatos están obligados a rectificar todas sus posiciones y sus prioridades, so pena de verse reducidos a la irrelevancia. (El Estado, lo señalo entre paréntesis, también va a necesitar reciclarse de urgencia, tanto hacia abajo, en relación con sus súbditos, como hacia arriba, en el contexto internacional.)
La situación que estamos padeciendo es parecida, tomando un símil de la ciencia de la guerra, a aquella en la que un cambio sensible en la posición del frente obliga a nuestras tropas a rectificar el trazado de todas las trincheras, porque de lo contrario serán batidas de enfilada por el fuego enemigo.
No estoy hablando de una posibilidad teórica. De hecho, hablando desde una perspectiva de izquierda, nuestras líneas están siendo batidas de enfilada por el fuego enemigo neoliberal. Y sin embargo, no se percibe ninguna rectificación en el trazado de la línea Maginot de resistencia. Las coordenadas barajadas desde los cuarteles generales mejor establecidos siguen apuntando como ejes de actuación a la recuperación de las premisas del viejo Estado social y a la recomposición de mayorías parlamentarias suficientes para poner en marcha comisiones que exijan responsabilidades políticas a los implicados en catástrofes sociales que se perciben como evitables desde una praxis correcta bien establecida y reglamentada por las normas consuetudinarias de viejo cuño.
La ciudadanía, carne de cañón de los recientes desafueros ocurridos de forma tan imparable como repetida, ha dejado de hacer caso a la sofística de la vieja izquierda (PSOE, IU) y, en busca de una salida más promisoria, fija su atención en lo que hemos convenido en llamar “nueva política”: en Podemos sobre todo, y en medida menor, en Ciudadanos.
El partido de Rivera ha celebrado ya su congreso, en el que ha dado muestra de una coherencia admirable. Se ha deshecho de flecos socialdemócratas que más bien estorbaban el fluir general de su discurso, y se apunta a un liberal-progresismo que anuncia como “heredero de las Cortes de Cádiz”. ¿Dónde está la coherencia, me dirán? Sencillo. La clave está en que en el antes y el después, toda la militancia ha seguido las directrices propuestas por Alberto – antes, Albert – Rivera. Hay una simetría vertical perfecta que conduce desde el vértice de la organización hasta la base. Ciudadanos se basa en la adhesión y la consiguiente esperanza de prebendas; la participación prevista, es únicamente participación en los beneficios. Los militantes de Ciudadanos son de hecho asimilables a accionistas de la empresa Rivera SL.
La situación de Podemos es muy distinta, y bastante más esperanzadora; pero no ha evitado hasta ahora en medida suficiente un obstáculo muy serio, el de quienes, empezando por Pablo Iglesias, consideran de su propiedad privada el modelo patentado de partido que lanzan como propuesta a las asambleas. Un partido de firma, diseño exclusivo de su autor, intocable por consiguiente para no desvirtuarlo. Si Pablo y los suyos no consiguen la mayoría, se niegan en redondo a colaborar desde la minoría. Se retirarán, y punto.
Excuso argumentar el escaso recorrido que tendría un partido así. Exactamente la misma escasez de recorrido que el partido de Rivera. Todo dependería del líder, en último término; del descenso vertical de la línea desde la cúpula hasta la base, sin movimientos significativos (a pesar de tantos círculos, de tantas asambleas a mano alzada) en el sentido contrario. El control prevalecería sobre el debate interno; la propuesta iluminada, sobre la elaboración colectiva.
Sería buena una rectificación rápida de esa premisa que amenaza encorsetar Vistalegre 2. Podemos cuenta en su haber con una experiencia distinta: la de la participación en conglomerados amplios y plurales que se esfuerzan en diversas latitudes en favor de un cambio de horizonte político: Comunes, Compromisos, Mareas. Por ahí entiendo que pasan las mejores posibilidades de una resituación de posiciones y de fuerzas en presencia. Por ahí se pueden concretar nuevas mayorías capaces de poner en marcha políticas sectoriales, y territoriales, y globales, diferentes.
Eso es lo que importa. Lo demás es silencio, como se proclama en Hamlet al final de una complicadísima trama política que llega a un final estéril por consunción, con la muerte violenta de todos los protagonistas.