Coinciden en elpais
de hoy dos epifanías en torno al arte: un dibujo del Roto y una información
firmada por Álex Vicente sobre una próxima exposición en el Louvre de París
centrada en Vermeer y su época.
El Roto lanza el
siguiente mensaje tautológico: «El dinero mueve el arte que mueve dinero.» Es
un recordatorio oportuno de que nunca o casi nunca se fabrica arte por amor al
arte. Lo sabíamos todos, pero no está de más que se diga una vez más. Álex
Vicente titula así su comentario: «Vermeer no fue un genio solitario.» Es
verdad, pero una verdad adocenada. Da a entender el articulista que está
descubriendo algo nuevo, o contradiciendo un sentir común que es, de hecho,
inexistente.
Lo cierto es que el
rastro de Jan Vermeer o Jan Van der Meer se perdió durante un par de siglos.
Algunas pinturas suyas se atribuían a otros pintores, en particular a Pieter de
Hooch, que es el que presenta mayores parecidos estilísticos. A finales del
siglo XIX, emergieron de pronto en el mundo de los marchantes y los connaisseurs el nombre y la obra de un maestro
holandés del que se desconocía casi todo, y que de inmediato pasó a cotizarse
entre los “top” del periodo, a la altura de Rembrandt o de Hals.
Con razón, desde
luego; se trata de una pintura magnífica, de primerísima calidad. Pero a nadie
se le ha ocurrido aún que Vermeer fuera un espíritu huraño y atormentado que
buscó el anonimato, rehuyó las modas y sacrificó la popularidad inmediata en
favor de una obra destinada a durar eternamente. Es decir, un artista
"maldito" al modo como lo concebía el romanticismo dos siglos después.
Vicente describe
como un “experimento inédito” la exposición del Louvre en la que se confrontan
obras suyas con otras similares de sus contemporáneos, dentro del ecosistema
común de la “pequeña” pintura de género que floreció en los Países Bajos en el
XVII. No tan inédito, he tenido la suerte de ver hace años una muy parecida en
el Metropolitan Museum de Nueva York. Había una cola espeluznante en la parte
del museo dedicada a las exposiciones temporales, pero lo que querían casi
todos los visitantes era extasiarse delante del vestuario de Jackie Kennedy, de
manera que pude ver a mi sabor y sin apreturas las obras maestras allí expuestas,
entre ellas “El pintor y su modelo” o “Alegoría de los sentidos”, tan hermosa
que es capaz de activar el síndrome de Stendhal y provocar el desmayo de un
espectador sensible.
La pintura de
género holandesa nació de la existencia de un mercado artístico muy concreto.
Se trató de un caso particular del principio de que el dinero mueve el arte que
mueve dinero. Los monasterios y las abadías encargaban cuadros de gran formato
y temática religiosa; las monarquías y la alta nobleza, alegorías, retratos de
aparato y escenas de batallas; pero a los prósperos mercaderes de la burguesía urbana
lo que les apetecía era decorar la sala de recibir con escenas de otro tipo, ni
heroicas ni religiosas: interiores con damas elegantes reconocibles, y con instrumentos
musicales, toquillas de seda, vestidos de raso, joyas, arreglos florales,
tapetes, cortinajes, espejos, mapamundis, pergaminos, aparatos científicos.
Hubo un comercio activísimo de cuadros al óleo de pequeño formato con esas
características. Pintores renombrados se especializaron en crear ese género de
cosas; también se copiaban unos a otros, no necesariamente por instinto de
emulación o por rivalidad (“yo puedo hacerlo mejor que tú”), sino porque así se
especificaba en los encargos: “un cuadro con espineta y perrito y la hija mayor
luciendo el vestido de baile nuevo, como el del maestro Metsu que tienen
colgado en el salón de su casa los Van Gaal”.
Ese era el
ecosistema. Algunos pintores introdujeron artificios muy vistosos para ensanchar
el espacio ideal acotado por la pintura: escenas entrevistas a través de una puerta,
ventanas abiertas a una calle o un jardín, niños jugando en segundo plano y ajenos
a la escena principal. Unos artistas lo hicieron muy bien, otros quizás no tan
bien. Vicente finaliza así su artículo: «El veredicto es que Vermeer se inspiró
en sus contemporáneos, pero también los dejó a años luz.» Eso no es cierto. Hubo
mucha competencia y muy buena. Tampoco en este sentido, en el de la “pincelada
sublime”, fue Vermeer un genio solitario, un salto cualitativo o una excepción.