No me cuento entre
los admiradores incondicionales de Mariano Rajoy, y a las pruebas me remito.
Pero eso no me impide valorar como se merece su reelección a la búlgara como
presidente del PP: 95,6% de los votos, se dice pronto.
La gran virtud de Mariano
Rajoy es que está decidido a perdurar a toda costa. Pertenece a una casta de
políticos que nunca se distinguieron por su oratoria ni por el flujo brillante de
sus propuestas, sino por la prontitud y rapidez de reflejos con la que impidieron
en todo momento que alguien, cualquiera, intentara moverles la silla de debajo de
las asentaderas. Le sucedió a Franco, que dio (a Foster Dulles, si no recuerdo
mal) como receta de su longevidad política el hecho de que él nunca se metía en
política. Le sucedió a Jordi Pujol, que marchitó bajo su sombra alargada a algunas
de las especies florales más prometedoras del catalanismo: los Trías, los Roca,
los Molins. Mariano no ha sido menos: ha situado en el rincón de los perdedores
a pesos pesados como Gallardón y Aguirre, y esa cifra mágica del 95,6 habrá
impactado sin duda por debajo de la línea de flotación en las expectativas de
otro monstruo de la derecha, Josemari Aznar, que ve desbaratados con ese
manotazo sus minuciosos preparativos para un revival con visos de
acontecimiento que seguramente ya nunca se producirá.
Mariano es el
auténtico macho alfa de nuestra manada política. Lo ha demostrado el año pasado
midiéndose con tres aspirantes al trono mucho más jóvenes y metrosexuales que
él mismo. Derrotó a Sánchez, a Iglesias y a Rivera de una tacada y sin mover un
meñique; si bien delegó en algún momento el mando de su escuadra en la menos
torpe de sus dos almirantas, la menina Santamaría, a la que envió a luchar
contra los elementos de un plató televisivo en el que él no acaba de
encontrarse a gusto. Pero el éxito (minoritario, no se puede tener todo) en ese
desafío global tiene mérito, joer, y así lo reconocieron cientos de miles de
memes y de tuits cuando se rieron de Mariano sin piedad, aunque con envidia. Yo
mismo no puedo negar haberle llamado Marianosaurio y clasificado como una
especie a extinguir.
Acepto lealmente
que me equivoqué de medio a medio. Nos ocurre de vez en cuando a los que
ejercemos de profetas sin título. No es grave. También ha anunciado el mundo
científico en todos los tonos que los dinosaurios están extinguidos, y en estas
que han fotografiado a uno vivo, en el Mato Grosso o por ahí.
Disfrutemos todos,
así pues, de Mariano mientras nos dure, en buena paz y compaña, y brindemos
alegremente por su próxima y deseable extinción definitiva. Con cava catalán a
ser posible, no la liemos de nuevo con boicoteos, el país necesita estar muy
unido en este trance espantoso e imprevisto, cuando los marianosaurios se han
puesto a cabalgar de nuevo.