jueves, 9 de febrero de 2017

LA UNANIMIDAD DE ESPAÑA ES SAGRADA


Un tuit de Jordi Évole hizo echar humo el martes por la noche a las redes sociales. El Barça acababa de clasificarse para la final de la Copa del Rey (mal, con un juego lamentable, desganado, como a pesar suyo) y Évole tuiteó que el Real Madrid estaba pidiendo presupuesto para unas obras en el Bernabeu el día de la final de Copa. Era una herida directa y gratuita a la sensibilidad del madridismo. En fin, gratuita no; lo cierto es que el Bernabeu tiene ya comprometidas las fechas clave, y no acogerá la final de Copa.
Como no acogió la anterior. Ni la otra. Madrid es una ciudad rematadamente celosa de su condición de capital del reino, salvo en una única cuestión: la de acoger la final de la Copa del Rey cuando la juega el Barça. No invento nada, me atengo a los datos.
Que interviene en la cuestión un problema de sensibilidad, es evidente. El Bernabeu es uno de los símbolos cabales de la España eterna, de la España unánime. El Real Madrid, tal y como nos aleccionan tanto su presidente Florentino Pérez como el entrenador correspondiente (que suele variar) en todos los inicios de temporada, es un club construido para ganarlo todo.
Menos lo que no gana.
La existencia de un club de la competencia que gana incluso más cosas que el Madrid, tiene para la afición merengue el efecto de una mosca cojonera. El problema no es que el Barça gane esto o aquello de vez en cuando; es que gana con contumacia.
El Barça está atentando contra la sagrada unanimidad de España.
Atención a la unanimidad, ese principio fundamental e inviolable del sistema que antes llamábamos régimen. Los diversos federalismos, en particular los de izquierda, no pueden prosperar en el suelo árido de la piel del toro. No hay mantillo para que la semilla germine. España será católica a ultranza, o no será; será de derechas a ultranza, o no será; será centralista a ultranza, o no será.
Quien sostenga la tesis contraria incurre obviamente en el pecado de herir sensibilidades. Cuando se argumenta en el sentido adecuado, en cambio, no se hiere nada: es sabido que los malos españoles no tenemos sensibilidad.