Un tuit de Jordi
Évole hizo echar humo el martes por la noche a las redes sociales. El Barça
acababa de clasificarse para la final de la Copa del Rey (mal, con un juego
lamentable, desganado, como a pesar suyo) y Évole tuiteó que el Real Madrid
estaba pidiendo presupuesto para unas obras en el Bernabeu el día de la final
de Copa. Era una herida directa y gratuita a la sensibilidad del madridismo. En
fin, gratuita no; lo cierto es que el Bernabeu tiene ya comprometidas las
fechas clave, y no acogerá la final de Copa.
Como no acogió la
anterior. Ni la otra. Madrid es una ciudad rematadamente celosa de su condición
de capital del reino, salvo en una única cuestión: la de acoger la final de la
Copa del Rey cuando la juega el Barça. No invento nada, me atengo a los datos.
Que interviene en
la cuestión un problema de sensibilidad, es evidente. El Bernabeu es uno de los
símbolos cabales de la España eterna, de la España unánime. El Real Madrid, tal
y como nos aleccionan tanto su presidente Florentino Pérez como el entrenador correspondiente (que
suele variar) en todos los inicios de temporada, es un club construido para
ganarlo todo.
Menos lo que no
gana.
La existencia de un
club de la competencia que gana incluso más cosas que el Madrid, tiene para la
afición merengue el efecto de una mosca cojonera. El problema no es que el
Barça gane esto o aquello de vez en cuando; es que gana con contumacia.
El Barça está
atentando contra la sagrada unanimidad de España.
Atención a la
unanimidad, ese principio fundamental e inviolable del sistema que antes
llamábamos régimen. Los diversos federalismos, en particular los de izquierda,
no pueden prosperar en el suelo árido de la piel del toro. No hay mantillo para
que la semilla germine. España será católica a ultranza, o no será; será de
derechas a ultranza, o no será; será centralista a ultranza, o no será.
Quien sostenga la tesis
contraria incurre obviamente en el pecado de herir sensibilidades. Cuando se
argumenta en el sentido adecuado, en cambio, no se hiere nada: es sabido que
los malos españoles no tenemos sensibilidad.