martes, 28 de febrero de 2017

EL ARTE DE LO POSIBLE


Quienes aún no hayan leído el recentísimo trabajo de Miquel Falguera “¿Derogar la reforma laboral… o algo más?” (1), apresúrense a clicar al pie de este comentario de circunstancias.
No avanzaremos nada si nos limitamos a retroceder hacia situaciones laborales anteriores, porque la realidad se ha movido desde entonces. No basta la anulación formal, en el Boletín Oficial del Estado, de la fechoría perpetrada; no hay atajos cómodos en este envite. Ni teníamos una situación ideal cuando regía el Estatuto de los Trabajadores, ni las soluciones que entonces se arbitraron serían hoy suficientes para sostener un mercado de trabajo que se hunde empujado por las desigualdades rampantes.
Las soluciones están en otro lado. El punto de partida podría ser el rearme moral y la conquista de nuevos espacios de negociación por parte de los sindicatos; pero esa resituación de problemas y de prioridades deberá llegar además, tarde o mejor temprano, de un lado al conjunto de los partidos políticos, algunos de los cuales parecen adormecidos en la creencia irracional de que todo puede resolverse, o bien en sede parlamentaria, o bien mediante negociaciones fuera de foco; y de otro lado, al mismísimo Estado de derecho, maltrecho en estos momentos por los torpedos bajo la línea de flotación que le están enviando desde todos los ángulos las huestes nutridas de los modernos caballeros de fortuna, disfrazados los unos de armadas Brancaleone que ondean diversas banderas, y los otros de brigadas Aranzadi.
Y el problema tiene aún otra dimensión, la internacional, en un mundo globalizado en el que las interdependencias se acentúan, y tanto las normas aplicables como los sujetos que las aplican distan mucho de estar definidos de forma satisfactoria, negro sobre blanco.
La solución a este enorme pasticcio no vendrá de seguro por la vía de querer hacerlo todo a la vez, y hacerlo ya. Dicho con otras palabras, de pretender asaltar los cielos.
Antonio Gramsci propuso una concepción de la política distinta, un “arte de lo posible”. Ese arte incluye tres ejercicios diferenciados: el primero, aferrarse a las posiciones conquistadas para evitar por todos los medios ser desalojado de ellas; el segundo, avizorar el terreno más propicio para el avance en la dirección general deseada (el proyecto, en otras palabras); y el tercero, el avance efectivo, que será probablemente limitado pero llegará hasta allí donde alcancen las fuerzas concertadas (el trayecto). La política bien pensada y bien ejecutada se resume entonces en el movimiento de un punto inicial a otro punto más o menos próximo al primero, pero más cercano también al objetivo último que se pretende.
Hay quien concibe la política como una mano de póquer, y quien la ve más bien como una larga partida de ajedrez. Los caballeros de fortuna se colocan sin vacilaciones a sí mismos en el primer grupo; las fuerzas de izquierda deberían obligatoriamente alinearse en el segundo. Los populismos de cualquier tipo se compaginan mal con una praxis transformadora que apunta a la remoción de unas estructuras muy resistentes, establecidas por el entrecruzamiento de los distintos planos de fuerza que operan en la realidad.