miércoles, 8 de febrero de 2017

SOLO SE ESCUCHA LO QUE SE DESEA OÍR


La entrevista telefónica entre Donald Trump y Mariano Rajoy ha sido el mayor éxito diplomático en las trayectorias de ambos como estadistas. El secreto es que ninguno de los dos entendió lo que decía el otro, de modo que no se produjo ningún momento tenso como había ocurrido antes con el premier australiano, al que colgó Trump el aparato en mitad de una frase; y viceversa, con Gabriel Rufián, a quien Mariano acusó en el Congreso de descortés después de haberle puesto por su parte a parir panteras.
Trump está convencido de que el líder de la república bananera con el que estuvo departiendo mientras tenía a su secretaria particular agarrada de las pudendas, tomó buena nota de que si quiere Otan tendrá que pagar el doble de lo que viene cotizando. Pero Rajoy no entendió tal cosa, sino que el mandatario americano se acordaba muy bien de las clases de latín del hermano Bernardo en el colegio de los maristas de Pontevedra.
A la inversa, Mariano está convencido contra todas las evidencias de que Trump aceptó su mediación privilegiada para Europa y América latina; mientras que el ex magnate no tiene la menor idea de que le fuera hecho tal ofrecimiento, por lo demás enteramente inútil.
No es que el intérprete hiciera mal su trabajo; es que ambos dos prohombres coinciden en su desconfianza absoluta hacia cualquier cosa que les comunique alguien de tan baja estofa como un intérprete. Ellos escuchan en primer lugar a su propio corazón, y en segundo lugar atienden a la comunicación divina que fluye sin descanso en su interior. Convencidos como están los dos de que dios no hay más que uno, prescinden en este punto de cualquier otra consideración colateral. Y sin embargo, se lo aseguro a ustedes con la mano al pecho en prenda de que esto va en serio y no les estoy engañando con ninguna posverdad al uso, el dios de Mariano y el de Donaldo son dos dioses distintos. Bastante antipáticos ambos, por cierto, pero en las demás cosas no tienen nada que ver.
En Corazón tan blanco, Javier Marías describe una conversación de Felipe González con Margaret Thatcher en la que el intérprete, en lugar de trasladar las banalidades diplomáticas que ambos se dedican, inventa un sentido distinto y entra en territorios más personales. La conclusión que saca del experimento es sustancialmente la misma que les estoy transmitiendo: solo se escucha aquello que se desea oír.
– ¿Qué dice ese “Reishoy”? – preguntó con escaso interés a Trump el vicepresidente Pence, después del telefonazo.
 – Yo qué sé, ni me acuerdo – fue la respuesta, en tono de mal humor. A Donald le habría gustado colgar el auricular para que el jodío mexicano se enterara de quién manda aquí. Pero no se le presentó una ocasión clara.
– ¿Cómo ha ido con el Trumpeta, Mariano? – interrogó a su vez la vicepresidenta Santamaría al Augusto entre dos bostezos. Había estado hojeando una revista de moda, y solo en ese momento, al levantar la vista, se dio cuenta de que el presidente estaba transfigurado y lágrimas de emoción asomaban a sus ojos.
– Este es el comienzo de una gran amistad – declaró Rajoy, solemne.