lunes, 27 de febrero de 2017

CONDUCTAS DEMOCRÁTICAS Y CÓDIGO PENAL


El diputado Francesc (Quico) Homs tendrá hoy el cuarto de hora de gloria que todos merecemos en este mundo, al abrírsele juicio en el Tribunal Supremo por “desobediencia y prevaricación” en la puesta de urnas del 9N en Catalunya. “Quico” lo ha celebrado por todo lo alto, con dos declaraciones espectaculares, si bien escasamente – o nada – rigurosas. Ha dicho en primer lugar que si hay condenas por el 9N, ese será “el fin del Estado español”. A continuación, y preguntado por los recientes hallazgos en casa del ex tesorero de CiU Andreu Viloca que implicarían de forma directa a Artur Mas en la “trama del 3%”, las ha calficado de “mentiras artificiosas” urdidas en Madrid, y ha dado como ejemplo otras actuaciones azarosas, bien conocidas, del Ministerio del Interior y de la policía política.
Homs, abogado hábil, tiene una parte de razón cuando afirma que no es condenable aquella puesta de urnas. Las acusaciones de desobediencia y prevaricación son inconsistentes con la actitud adoptada entonces por el gobierno del PP, al dejar hacer sin intervenir, y declarar que la votación no significaba nada ni tenía ningún efecto. Ahora, en cambio, la califica de “golpe de Estado” y de atentado contra la convivencia. El poder central es incoherente al desmentir sus propias declaraciones públicas, recogidas en los medios y esgrimibles por tanto en su contra: si aquello no fue nada, y no significaba nada, y se dejó hacer sin oposición de las instancias a las que correspondía intervenir, no cabe ahora condenarlo judicialmente. La función del ejecutivo no consiste en ir poniendo demandas a los tribunales.
Pero de ahí a sostener, como hace Homs, que una condena significará el fin del Estado español, va un trecho muy largo. Me temo que el dirigente del PDECat está expresando nada más un desiderátum personal. Sin embargo, más que pronosticar un derrumbe de las instituciones, lo que convendría desde una óptica democrática genuina sería reforzarlas. Incluso desde el punto de vista de quienes quieren marcharse del convento, el desiderátum debe ser que España se comporte en todo de forma justa y democrática con quienes son (en el peor de los casos) todavía sus súbditos. La coletilla añadida por Homs de que “la democracia no puede castigarse con el código penal” contiene una implicación aun menos cierta: la de que la democracia está en este pleito volcada enteramente de un lado, y ausente del otro. El forzamiento evidente de las convocatorias electorales catalanas, de su significado y sus implicaciones; y los números que se han utilizado para sostener que el “pueblo” catalán en bloque quiere la independencia, han sido una maniobra turbia, cargada tanto de medias verdades como de posverdades, y contraria a un espíritu rectamente democrático. Democracia no es solo poner las urnas; aviados estaríamos si de eso se tratara.
Por parte tanto del PP como de JxSí, esto es lo más cierto, se ha preferido romper la baraja antes que dar entrada a jugar todos. Cuando digo “todos”, me refiero a todos, no todos los de un determinado signo. Todos, y con las garantías debidas a la posición de cada cual. Eso es lo que algunos llamamos derecho a decidir, y eso sería democracia auténtica, sin trucos de trilero.
En cuanto a los nuevos hallazgos policiales en casa del señor Viloca, ignoro por completo su contenido y su trascendencia. Pero la pretensión de Artur Mas de elevarse por encima de la corrupción – firmemente documentada judicialmente – de las mordidas de su partido a cambio de concesiones de obras públicas, es paralela a la de Mariano Rajoy, cuyo manto de armiño sigue aún levitando sin mácula sobre el cenagal en el que han chapoteado sus adláteres más próximos, las personas a las que él mismo eligió, alabó y jaleó en toda circunstancia, y sobre las que aún reclama la “presunción de inocencia” al tiempo que imparte su bendición sobre los fiscales fieles y envía a sus arcángeles Rafael Catalá y José Manuel Maza con espadas de fuego para expulsar del paraíso terrenal a los fiscales díscolos.