lunes, 31 de diciembre de 2018

NOTICIAS DEL PRECARIADO


Afirmaba Guy Standing, no sé si seguirá aún en las mismas, que el precariado es una nueva clase social, con potencialidades ciertas de constituirse en el nuevo sujeto revolucionario del siglo XXI.

Marró el tiro. El precariado no es una clase sino una forma de vida y un paisaje social. Y no afecta solo a “los de abajo”, es ampliamente transversal.

El maestro Daniel Innerarity habla hoy en elpais de la “volatilidad” de la política. Mirada desde otro ángulo, esa volatilidad se configura como precariedad.

Gente de toda la vida, educada para una larga duración en el mando, como Artur Mas, como Mariano Rajoy, como Susana Díaz, ha recibido inesperadamente el finiquito forzoso y pasado a formar parte de las clases aproximadamente pasivas de la política. Los ERE forman parte ya también de su vida, no tan solo de la nuestra.

Nadie lo vio venir, pero tiene una lógica profunda. La estabilidad de la política estaba basada en la extensión y la solidez de las clases medias. Las clases medias instaladas sabían en todo momento a quién votar, en las municipales, las autonómicas, las generales y las europeas. No en todos los casos votaban a los mismos, desde luego; en ese aspecto había matices importantes. Pero en todos los casos se formaban mayorías amplias, como consecuencia de la existencia de un fondo social de consenso que deparaba, con matices, siempre un output aproximadamente previsible.

Ahora no ocurre así. Si las personas cambian de empleo más o menos una vez al mes, y en muchos casos una vez a la semana, y recorren todo un abanico de “oficios” varios para los que nadie les proporciona aprendizaje ni formación básica, ¿cómo quieren que voten de forma estable a quienes les castigan con semejante trato y les abocan cada vez con más frecuencia a la oficina de empleo o al Infojobs, por no hablar del círculo infernal dantesco del envío masivo de currículos con la esperanza incierta de que fructifiquen en alguna entrevista de trabajo, para una sustitución o un interinaje, que nunca acaba de llegar? ¿Por qué van a votar lo que les sugieren quienes les sermonean con la milonga de que la culpa del paro la tienen los parados, y utilizan como argumento último el “esto es lo que hay”?

No nos quejemos entonces del auge del populismo y de la ultraderecha, del yihadismo radical y de los radicalismos de todos los colores. Los políticos se basan para sus promesas electorales en los sondeos demoscópicos, pero los sondeos ya no revelan las corrientes subterráneas bajo la superficie en calma, sino el estado de ánimo esencialmente volátil y explosivo tomado en un punto cualquiera de una línea de opinión en diente de sierra, con toboganes que van desde los picos debidos a encaprichamientos repentinos, hasta las depresiones profundas de la desesperanza sin remedio.

Tal como se están poniendo las cosas existe la tentación, entre quienes tienen las diversas sartenes por los mangos, de prescindir de la democracia, ese engorro subversivo, y recurrir en adelante al autoritarismo descarnado. “Esto es lo que hay”, también. La seguridad es un valor cotizable en bolsa, y un producto de lujo del que solo pueden disfrutar los muy ricos.

Y por ahí se llega a las preguntas últimas. ¿Es segura la seguridad que proporcionan unos seguratas que a saber lo que votan? ¿Garantizan algo unos cuerpos de seguridad obligados a completar su magro salario con la implicación en tráficos diversos de sustancias non sanctas? Dicho en latín, que es más bonito, Quis custodet ipsos custodes?

Hay respuesta para esa pregunta. Los césares de la antigua Roma se rodearon de una guardia pretoriana convenientemente musculada para prevenir las explosiones de descontento de la plebe, y la estadística histórica muestra que la mayoría de ellos perecieron a manos precisamente de sus pretorianos.

Si la sociedad está sujeta a la precariedad, el poder es precario también. La democracia, ese “engorro subversivo”, se inventó precisamente por esa razón.