Nos han despertado
en la “madrugá”, y no eran los campanilleros.
Mi idea, y no creo
haber sido el único en sostenerla, era que las elecciones andaluzas eran una
rutina segura. Podían suponer, o no, el preludio de grandes maniobras en
territorios más amplios; en el mejor de los casos facilitarían una perspectiva mejor,
un horizonte más alto, para las izquierdas. Sin lugar a dudas, se disputaban en
un terreno despejado, poco propicio a emboscadas. Y tampoco me asustaba la
tropa situada enfrente.
Visualizábamos, con
algún escepticismo, la posibilidad de un avance modesto de las “mareas”, la
presión sobre Susana para una política más comprometida con “los de abajo”.
Dábamos por sentado que Susana no había agotado su largo crédito; aún no.
Lo que hemos tenido
ha sido, en cambio, la resaca de las “mareas”; el populismo de izquierdas
ahogado en la crecida del populismo blanco de la derecha. El resurgir poderoso
de la nostalgia de las viejas certezas, pero sobre todo la intención neta del
electorado de castigar a las estructuras del poder, a la “casta”, donde más le
duele.
Andalucía no se ha
vuelto facha de un día para otro. Lo señala Manuel Jabois, en elpais. Muchos
votantes de Vox, dice, como los de Bolsonaro o los de Trump, no se consideran a
sí mismos ultraderechistas; lo importante para ellos es demostrar lo enfadados
que están con el poder constituido. Y en ese ejercicio de ira desmedida, la
ideología de la formación a la que votan no les representa una incomodidad digna
de ese nombre.
Un diagnóstico más
general nos lo ofrece Sami Naïr, también en elpais de esta mañana.
Esto es lo que dice:
«La onda populista de la ultraderecha que se está propagando por la casi totalidad de los
países europeos no es casual ni provisional. Es un ciclo histórico que se
arraiga en los efectos no saldados de la crisis de 2008 y en la política
de estabilidad de la
Comisión Europea.»
Tenemos un problema cuando desde los poderes
transnacionales se pone toda la atención en la prosperidad de los negocios, y
ninguna en la prosperidad de las personas. Cuando el anuncio de una subida del
salario mínimo comporta la reacción inmediata de Bruselas y del Banco de España
alertando de las repercusiones negativas en el déficit presupuestario. La tramitación
parlamentaria de la renta básica de ciudadanía sigue atascada por razones
parecidas. Los altos funcionarios europeos y los consejos de administración de
las grandes empresas están convencidos de que la población tiene margen para
apretarse el cinturón aún dos o tres puntos más. Se susurra en los corrillos financieros la
posibilidad de un recorte de las pensiones para sanear las cuentas de la
Seguridad social.
Una erupción volcánica como la de Vox no ha sido
auspiciada ni deseada por las elites financieras. Sencillamente, ha ocurrido.
No habrá, sin embargo, amonestaciones ni desde Bruselas ni desde el Ibex en el caso de que PP y C’s le den entrada en un gobierno andaluz. Vox no es
enemigo de la gobernanza financiera; lo son las políticas sociales que generan
dispendios sin beneficios paralelos para los grandes accionistas.