viernes, 14 de diciembre de 2018

TENDREMOS QUE ELEGIR ENTRE MÁS SALARIO Y MÁS EMPLEO


Lo ha dicho el Banco de España, que es algo así como la Sibila de Delfos de los tiempos que corren. La antigua Sibila emitía profecías inconexas en un lenguaje esotérico. Había cola, sin embargo, para escuchar sus predicciones. Tenía fama de acertar siempre, pero había truco: el cliente no podía estar nunca seguro de que su interpretación del oráculo era la correcta. Igual podía serlo la interpretación contraria.

Naturalmente, el Banco de España no actúa así. Lo que dice es claro y paladino, y está al cien por cien basado en los números macroeconómicos, de modo que va a misa. Entonces, esto es lo que ha dicho, literalmente, el gobernador de la entidad, Pablo Hernández de Cos, en su comparecencia en el Congreso: «Se espera que el crecimiento del PIB evolucione dentro de una senda de gradual desaceleración a lo largo del horizonte de proyección.»

Dicho en lengua romance, la economía crecerá menos. No es una buena noticia, pero ¡está tan bien dicha!

Podíamos habernos comportado mejor, sin embargo, de habernos atenido a una condición: no subir el salario mínimo. La medida del gobierno Sánchez afectará de forma directa a un 6,2% de los trabajadores en activo, «una proporción considerable dada la importante cuantía de la subida». Sin embargo, «el impacto sobre los asalariados en su conjunto será prácticamente nulo», ya que «los efectos al alza sobre el salario medio se verán compensados por una pérdida de empleo de similar magnitud.»

En números contantes se perderán 150.000 empleos, y Hernández de Cos se permite una moraleja sobre dicha cifra: «No vayamos a lograr lo contrario de lo que pretendíamos, y reduzcamos el empleo de aquellos a los que se quería ayudar, los jóvenes.»

Hombre, pues no, el peligro no es mucho. Los “empleos”, en la jerga del señor gobernador, no equivalen a puestos de trabajo, sino a contratos de trabajo, de los que padecemos cierta hiperinflación. Hay contratos de fin de semana, de horas incluso. Cada sábado decaen varios cientos de miles de contratos; cada lunes se expenden cientos de miles de nuevos ejemplares. Se está acelerando progresivamente el aumento del número de contratos necesarios para cubrir un solo puesto de trabajo. Un total de 150.000 contratos anuales menos es, a horas de hoy, una filfa  (se implementan bastante más de 20 millones en un año, y la cifra va a más). “A lo largo del horizonte de proyección” indicado por el estudio del Banco de España, tal cifra sería media filfa.

Los asalariados españoles han sido en 2017, según las estadísticas oficiales, 15.674.000. Divididos en deciles (fracciones del diez por ciento), la fracción inferior (decil 1) ha ingresado una media de 464 euros brutos anuales. Recalco: 464 euros. Brutos. Anuales.

Para el decil 2 (los 1.567.400 trabajadores que no están en el fondo fondo del pozo, pero sí muy cerca), las cifras son de 864 euros brutos anuales. Para el decil 3, de 1122 euros. Quiere decirse que tenemos casi 5 millones de trabajadores por debajo del umbral oficialmente reconocido de la pobreza. Estoy hablando de trabajadores “activos”. Falta añadir todavía a la estadística los parados de larga duración, y las personas (jóvenes, en efecto) que no han podido hacer aún su entrada en el mercado de trabajo por falta de demanda de sus servicios, cualificados o no.

El cual mercado de trabajo les acogerá llegado el momento con los brazos abiertos, siempre y cuando no exijan a cambio una barbaridad semejante como un salario decente.

Es importante considerar, en función de los datos magistralmente barajados por el señor Hernández de Cos, que si en lugar de subir el salario mínimo, lo bajáramos, la medida tendría efectos saludables en la macroeconomía. No crecería el PIB, pero sí la remuneración de los accionistas; y un número mayor de jóvenes darían saltos de alegría al recibir sus microsalarios de hambre por más microcontratos basura.

La visión de tanta microfelicidad virtual reconfortaría el corazón de los banqueros.

Porque los banqueros, pese a la opinión en contrario de algunos ideólogos radicales, también tienen su corazoncito.

Búsquenlo. Está donde debe estar: detrás del bolsillo de la cartera.