Lo ha dicho el
Banco de España, que es algo así como la Sibila de Delfos de los tiempos que
corren. La antigua Sibila emitía profecías inconexas en un lenguaje esotérico.
Había cola, sin embargo, para escuchar sus predicciones. Tenía fama de acertar
siempre, pero había truco: el cliente no podía estar nunca seguro de que su
interpretación del oráculo era la correcta. Igual podía serlo la interpretación
contraria.
Naturalmente, el
Banco de España no actúa así. Lo que dice es claro y paladino, y está al cien
por cien basado en los números macroeconómicos, de modo que va a misa.
Entonces, esto es lo que ha dicho, literalmente, el gobernador de la entidad,
Pablo Hernández de Cos, en su comparecencia en el Congreso: «Se espera que el
crecimiento del PIB evolucione dentro de una senda de gradual desaceleración a
lo largo del horizonte de proyección.»
Dicho en lengua
romance, la economía crecerá menos. No es una buena noticia, pero ¡está tan
bien dicha!
Podíamos habernos
comportado mejor, sin embargo, de habernos atenido a una condición: no subir el
salario mínimo. La medida del gobierno Sánchez afectará de forma directa a un
6,2% de los trabajadores en activo, «una proporción considerable dada la
importante cuantía de la subida». Sin embargo, «el impacto sobre los
asalariados en su conjunto será prácticamente nulo», ya que «los efectos al
alza sobre el salario medio se verán compensados por una pérdida de empleo de
similar magnitud.»
En números
contantes se perderán 150.000 empleos, y Hernández de Cos se permite una
moraleja sobre dicha cifra: «No vayamos a lograr lo contrario de lo que
pretendíamos, y reduzcamos el empleo de aquellos a los que se quería ayudar,
los jóvenes.»
Hombre, pues no, el
peligro no es mucho. Los “empleos”, en la jerga del señor gobernador, no
equivalen a puestos de trabajo, sino a contratos de trabajo, de los que
padecemos cierta hiperinflación. Hay contratos de fin de semana, de horas
incluso. Cada sábado decaen varios cientos de miles de contratos; cada lunes se
expenden cientos de miles de nuevos ejemplares. Se está acelerando
progresivamente el aumento del número de contratos necesarios para cubrir un
solo puesto de trabajo. Un total de 150.000 contratos anuales menos es, a horas
de hoy, una filfa (se implementan bastante
más de 20 millones en un año, y la cifra va a más). “A lo largo del horizonte
de proyección” indicado por el estudio del Banco de España, tal cifra sería
media filfa.
Los asalariados españoles
han sido en 2017, según las estadísticas oficiales, 15.674.000. Divididos en
deciles (fracciones del diez por ciento), la fracción inferior (decil 1) ha
ingresado una media de 464 euros brutos anuales. Recalco: 464 euros. Brutos.
Anuales.
Para el decil 2 (los
1.567.400 trabajadores que no están en el fondo fondo del pozo, pero sí muy cerca),
las cifras son de 864 euros brutos anuales. Para el decil 3, de 1122 euros.
Quiere decirse que tenemos casi 5 millones de trabajadores por debajo del umbral
oficialmente reconocido de la pobreza. Estoy hablando de trabajadores “activos”.
Falta añadir todavía a la estadística los parados de larga duración, y las
personas (jóvenes, en efecto) que no han podido hacer aún su entrada en el
mercado de trabajo por falta de demanda de sus servicios, cualificados o no.
El cual mercado de
trabajo les acogerá llegado el momento con los brazos abiertos, siempre y
cuando no exijan a cambio una barbaridad semejante como un salario decente.
Es importante
considerar, en función de los datos magistralmente barajados por el señor
Hernández de Cos, que si en lugar de subir el salario mínimo, lo bajáramos, la
medida tendría efectos saludables en la macroeconomía. No crecería el PIB, pero
sí la remuneración de los accionistas; y un número mayor de jóvenes darían saltos
de alegría al recibir sus microsalarios de hambre por más microcontratos
basura.
La visión de tanta microfelicidad
virtual reconfortaría el corazón de los banqueros.
Porque los
banqueros, pese a la opinión en contrario de algunos ideólogos radicales,
también tienen su corazoncito.
Búsquenlo. Está donde
debe estar: detrás del bolsillo de la cartera.