lunes, 17 de diciembre de 2018

LA EXCELENCIA EN LA POLÍTICA


Joana Bonet publica en lavanguardia un artículo de opinión que titula «La expulsión de los sabios». Parte en su reflexión del hecho evidente de que “los mejores no siempre llegan al vértice de la pirámide”.

Es cierto, pero no creo que sea tan lamentable. Quizás no estar en el vértice mejore a las personas. Según esta hipótesis de trabajo, siempre es comparativamente mejor aquel o aquella que ocupa un lugar no tan alto y no alimenta expectativas exageradas en relación con su carrera pública. Quien está situado arriba de todo posiblemente se inclina a tener ideas mezquinas respecto de los que contempla a sus pies. En cambio, quien se encuentra codo a codo con la muchedumbre de abajo, empatiza más.

Por eso la iniciativa de dar el bastón de mando de las repúblicas a los filósofos ha desembocado siempre en fracasos sonados. Incluido Platón, ampliamente citado por Bonet como sinónimo de excelencia, cuya etapa de gobierno en Siracusa finalizó en una fuga vergonzante para evitar ser linchado por una multitud airada.

Seguramente la clave de todo el asunto la ha dado Carlos Marx, al sostener, en una frase que hizo fortuna en su época, que los filósofos se limitan a interpretar el mundo, y lo que hace falta es cambiarlo.

El sujeto de cambio es colectivo, no individual. Así pues, la democracia representativa parte precisamente de la idea del progreso social como algo relacionado íntimamente con la desconfianza en la sabiduría de los gobernantes. En lugar de darles cancha y jalearles, el sistema democrático de equilibrios y contrapesos pone un gran cuidado en acortarles las riendas. La idea, por poner un ejemplo, de la limitación de los mandatos del presidente de una república lleva implícita esa prevención. Nada más peligroso que un monarca absoluto. Da lo mismo que sea un pensador o un lector asiduo de “Marca”. El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Michelle Obama dijo, después de estar presente en varios G7, G10 y G20, que la opinión que había sacado de los mandatarios de la Tierra no era buena. Su conclusión fue que, de lo que mayormente se preocupan, es de su propia posición preeminente; no, por ejemplo, del mejoramiento universal.

De su propio marido, dijo Michelle que no está del todo mal, pero que en más de una ocasión lo habría tirado por la ventana.

Siempre puede ser una opción a considerar, respecto de los que están en los vértices de las pirámides. Si allá arriba no hay ventanas, sería suficiente pedirles que den un paso al lado, y dejar que la ley de la gravedad haga el resto.

Advertencia prescindible pero útil: caer por una ventana, empujados o no, también puede ser un accidente saludable en ciertos casos para nosotros, los que no ocupamos el vértice de ninguna pirámide pero aun así somos muy capaces de mostrar signos de despotismo hacia quienes estimamos inferiores. El único consuelo, en todo caso, es que, al estar mucho más cerca del nivel del suelo, el balconing nos resultará un ejercicio bastante menos peligroso.