Joana Bonet publica
en lavanguardia un artículo de opinión que titula «La expulsión de los sabios».
Parte en su reflexión del hecho evidente de que “los mejores no siempre llegan
al vértice de la pirámide”.
Es cierto, pero no creo
que sea tan lamentable. Quizás no estar en el vértice mejore a las personas. Según
esta hipótesis de trabajo, siempre es comparativamente mejor aquel o aquella que
ocupa un lugar no tan alto y no alimenta expectativas exageradas en relación
con su carrera pública. Quien está situado arriba de todo posiblemente se inclina
a tener ideas mezquinas respecto de los que contempla a sus pies. En cambio, quien
se encuentra codo a codo con la muchedumbre de abajo, empatiza más.
Por eso la iniciativa
de dar el bastón de mando de las repúblicas a los filósofos ha desembocado
siempre en fracasos sonados. Incluido Platón, ampliamente citado por Bonet como
sinónimo de excelencia, cuya etapa de gobierno en Siracusa finalizó en una fuga
vergonzante para evitar ser linchado por una multitud airada.
Seguramente la
clave de todo el asunto la ha dado Carlos Marx, al sostener, en una frase que
hizo fortuna en su época, que los filósofos se limitan a interpretar el mundo,
y lo que hace falta es cambiarlo.
El sujeto de cambio
es colectivo, no individual. Así pues, la democracia representativa parte precisamente
de la idea del progreso social como algo relacionado íntimamente con la
desconfianza en la sabiduría de los gobernantes. En lugar de darles cancha y
jalearles, el sistema democrático de equilibrios y contrapesos pone un gran
cuidado en acortarles las riendas. La idea, por poner un ejemplo, de la
limitación de los mandatos del presidente de una república lleva implícita esa
prevención. Nada más peligroso que un monarca absoluto. Da lo mismo que sea un
pensador o un lector asiduo de “Marca”. El poder corrompe, y el poder absoluto
corrompe absolutamente.
Michelle Obama dijo,
después de estar presente en varios G7, G10 y G20, que la opinión que había
sacado de los mandatarios de la Tierra no era buena. Su conclusión fue que, de
lo que mayormente se preocupan, es de su propia posición preeminente; no, por
ejemplo, del mejoramiento universal.
De su propio marido,
dijo Michelle que no está del todo mal, pero que en más de una ocasión lo habría
tirado por la ventana.
Siempre puede ser
una opción a considerar, respecto de los que están en los vértices de las
pirámides. Si allá arriba no hay ventanas, sería suficiente pedirles que den un
paso al lado, y dejar que la ley de la gravedad haga el resto.
Advertencia
prescindible pero útil: caer por una ventana, empujados o no, también puede ser
un accidente saludable en ciertos casos para nosotros, los que no ocupamos el
vértice de ninguna pirámide pero aun así somos muy capaces de mostrar signos de
despotismo hacia quienes estimamos inferiores. El único consuelo, en todo caso,
es que, al estar mucho más cerca del nivel del suelo, el balconing nos resultará
un ejercicio bastante menos peligroso.