El rey iba
pomposamente ataviado con su nuevo vestido de ceremonia confeccionado mediante
sutiles artes mágicas por unos sastres venidos de oriente. Toda la corte lo
contemplaba sin atreverse a respirar, tanta era su magnificencia. Pero un
botarate hijo de muchos padres que no tenía nada que perder en el asunto, dijo
en voz alta que al rey se le veían las vergüenzas. Insistió incluso en una verruga
que le adornaba el culo y que no había modo de imaginar en abstracto si no se
estaba viendo en concreto.
Y se rompió el
ensalmo.
El vestido de
ceremonia no era real; era un relato. Ningún relato es perfecto, ni siquiera el
más hermoso. Todos son contingentes porque dependen de un ensalmo que puede
romperse en cualquier momento.
Una azafata de un
centro comercial madrileño practicó con unos niños de seis años el arte del spoiler y les dijo quiénes eran de
verdad los reyes magos. No recibió ningún agradecimiento por su original
iniciativa; fue despedida sin contemplaciones.
Y qué. Sabemos cómo
son y cuánto duran los contratos de las azafatas que acompañan a los Magos
comerciales en las aglomeraciones navideñas. Tal vez esta en concreto estuvo perfilando
largamente durante los meses de calor su venganza invernal definitiva sobre la
sociedad de consumo.
Quizás, incluso,
era una lectora de Manolo Vázquez Montalbán, y recitaba para sí aquellos versos
del Manifiesto subnormal:
«Vd. comprará en el drugstore
donde es posible helar planetas y el silencio
nunca se interrumpe pese al estrépito
del largo pasillo por donde circula Aladino
compre regale sobreviva
y además le harán un 10% de descuento.»
Perder el empleo no
es nada; hoy día le ocurre a cualquiera.
Incluso,
posiblemente, le ocurra el mismo percance a ese valeroso mosso d’esquadra que, cuando uno de los manifestantes le dijo que ellos
estaban defendiendo la República catalana, contestó: “La República no existe,
idiota.”
Lo de “idiota” no
tiene trascendencia alguna. Posiblemente se refería al príncipe Mishkin, aquel
idiota creado por Dostoyevski que ha resultado ser uno de los más simpáticos y bondadosos personajes de ficción de la gran literatura universal.
Las palabras
realmente graves son “la República no existe”. Esa manera aleve de romper el
ensalmo, de quebrar el relato, de dejar desnudo al senyor president en el punto álgido de la ceremonia.
¡Por dios, que
desaparezca el sacrílego! Su presencia se hace insoportable para todos los que
tienen fe, para todos los buenos creyentes en los reyes magos.