El conflicto
catalán transita despaciosamente hacia un tímido desbloqueo. Por ejemplo, los
presos en huelga de hambre han concluido su ayuno el día antes de la reunión
del consejo de ministros en Barcelona; en lugar de dejarlo, como muchos nos
imaginábamos, para un día después. También parece que el bloque nacionalista va
a optar finalmente, en contra de lo que se desprendía del cariz de anteriores declaraciones, por hacer
costado a los presupuestos generales del Estado preparados por el gobierno
socialista. Albricias.
No es un síntoma
menor, tampoco, el llamamiento desde los vértices de las formaciones a un 21D
de grandes manifestaciones masivas y pacíficas. Las dos características serían
positivas: quienes desean la independencia deben mostrar de forma continuada
que son muchos, sí, pero también que en su empeño no tienen la intención de
promover ni el menor atentado contra la convivencia. Esa doble clave ayudaría a
transitar hacia soluciones consistentes en alcanzar un refuerzo amplio y sólido
de la autonomía, en lugar de propiciar su desaparición de un plumazo por vías
represivas y traumáticas.
Por un lado, pues,
tiende a desinflamarse la situación; por otro, se sigue tronando en los medios
de opinión con declaraciones incendiarias.
Lo hacen uno y otro
bando. No vale la pena reproducir en este papel digital la tempestad mediática agitada
por las derechas montaraces, con acusaciones de rebelión y de fascismo, exigencias
de intervención de la guardia civil, querellas judiciales contra todo lo que se
mueve, y amenazas de “vais a ver lo que es bueno”, con las que nos santiguan
día tras día los sostenedores del casticismo, la raza y la religión.
Pero sí me parece
útil destacar en cambio el papel nostálgico, de reivindicación de la utopía y
de brindis al sol, que ha tenido la absurda moción contra la Constitución
española aprobada en el Parlament de Cataluña.
El objetivo de esa
moción no era político sino antipolítico, como casi todo lo que elabora la CUP.
La adhesión de las dos grandes corrientes del independentismo a un texto
plagado de tics izquierdistas consabidos solo puede tener el sentido de un
tacticismo de muy vieja raigambre: lo que se conoce en cristiano, desde tiempo
inmemorial, como poner una vela a dios y otra al diablo. “Ojo con lo que me
haces o dejas de hacer, que mañana mismo podría tirarme al monte”.
En la actitud de la otra formación favorable a la moción, Cat Comú, percibo sin embargo otra motivación, también claramente tacticista
pero no dirigida hacia fuera (hacia España) sino en clave interna,
específicamente catalana. Sería, a menos que me equivoque mucho, un deseo inconfesado
de ejercer de “bisagra”. Lo pongo entre comillas porque en la situación actual, y
desde cualquier racionalidad que se adopte, no caben las bisagras, o no pueden
tener ninguna función útil.
Yo diría que la estrategia
de los Comuns va enfocada en la línea de tratar de viabilizar una independencia
de Cataluña sin unilateralidad. Es un sí pero no y un no pero sí. Les hemos
visto oscilar en esa doble línea en varias ocasiones críticas, en los últimos
meses. Sería la explicación de posturas como las que han exhibido en el
Parlament y ante los medios un Nuet o una Alamany.
Esa actitud
equivale a tener un pie en el suelo y el otro en las nubes. No me parece una
postura aconsejable; es poco práctica, y en cambio muy incómoda.