sábado, 1 de diciembre de 2018

LOS NUEVOS MODOS DE LA POLÍTICA


Estamos hoy en jornada de reflexión andaluza, y la primera reflexión que se me ocurre es que los resultados de mañana añadirán pocas novedades y menos soluciones duraderas al panorama político, así al sur como al norte de Despeñaperros.

No ha sido una campaña ejemplar en ningún sentido. En el terreno de la derecha está funcionando a toda potencia la centrifugadora. No me parece que sea una buena noticia; el equilibrio democrático requiere de un peso ponderado colocado a la derecha; los valores que se defienden desde esa parte del electorado son sustanciales y atendibles; y los partidos y plataformas que se reclaman de esa tradición deberían situarse al servicio de esos valores, y garantizar la seguridad en sus diferentes aspectos (comercial, laboral, jurídico…) como un factor necesario para promover la prosperidad común. En lugar de eso, y de combatir con seriedad la corrupción desbordante en sus filas, los tres tenores de la España eterna se han enredado en quimeras nebulosamente gibraltareñas y agitan cada quien más alto banderas que no sirven para nada; ni siquiera, por lo que se está viendo, para sonarse la nariz.

En la izquierda, el PSOE de Susana Díaz (hay distintas almas en el PSOE, no soy yo quien lo va a descubrir; el alma de Susana es una de ellas) ha encajado para la ocasión su argumentario de siempre, y con ese trantrán de rutina parece que le va a alcanzar para gobernar una legislatura más. Aunque no será sola. Su mayor esfuerzo ha consistido en marcar las diferencias entre las turbulencias del resto del territorio, en particular las de Cataluña, y la claridad cartesiana de los conceptos metodológicos en Andalucía, donde nada se confunde y todas las cosas tienen su lugar preciso. Gestión, gestión y gestión. Ninguna innovación, ningún deseo de trascendencia tampoco, por ese lado.

Adelante Andalucía ha intentado generar ilusión. El esfuerzo ha sido loable, pero resulta inverosímil que la ilusión generada pueda quedar reducida a los límites estrictos de la coalición. La condición imprescindible para el cambio que se promete es una política de alianzas. Ese mensaje no se ha dado. No suele decirse en campaña que se aspira a gobernar con uno o más rivales en las urnas, pero el grito de “¡Dejarnos solos!” tampoco suele atraer los votos de los (muchísimos) indecisos.

Ha faltado el debate de ideas, la invitación a confluir por parte de unos y de otros en un proyecto de cambio compartido y ambicioso. Lo diré con las palabras de Javier Aristu, un hombre que conoce perfectamente el paño: «Se trata, creo, de construir nuevas culturas de gobierno y de negociación, por encima de las diferencias personales, superando las distancias de talante político. Se trataría de discutir sobre contenidos de un proyecto político andaluz que sitúe a nuestra Comunidad en posiciones más ventajosas que las actuales. No creo que un gobierno en solitario, como pide insistentemente Susana Díaz, esté ya capacitado para esa tarea.» (1) 

Mi perplejidad ante la propuesta esgrimida por AA se incrementa cuando leo (en Nudo España, pág. 149), la siguiente declaración de Pablo Iglesias sobre qué política podrá hacerse “para transformar España en años venideros”. Ahí va:

«Podemos no surge de la sociedad civil, sino de la televisión. Somos un producto que asume la idea del popolo della televisione y que en última instancia no se politiza a través de instrumentos que conoce debido a su presencia en la sociedad civil, sino de instrumentos que es capaz de observar en la televisión. En el momento en que esta circunstancia ofrece la posibilidad de construir un instrumento electoral, se desarrolla una voluntad de construirse hacia abajo.»

No parece que se trate de una ocurrencia improvisada, y el formato de libro en el que aparece no es comparable al de un tuit que se lanza en plan globo sonda. Con semejantes distopías, como las llaman ahora, y con ese adanismo teórico y teorizado, que ve en la sociedad civil un terreno de conquista y que prescinde en sus planteamientos de la “gente”, de la tradición y de las generaciones anteriores aún presentes y votantes, a menos que aparezcan por televisión (¿en los telediarios o en las series?), mal se va a conseguir cambiar las estructuras profundas que configuran la España real, España como la percibimos.

A lo más, por ese camino se podrá transformar la televisión.