La vida política
sigue, el día después. La entrada de Vox en el parlamento andaluz va siendo
asimilada poco a poco por los aparatos digestivos de partidos, coaliciones y
plataformas que hasta ahora echaban sus cuentas sin tomar en cuenta ese input.
Podemos ha convocado a través de las redes sociales manifestaciones en las
principales capitales andaluzas contra los resultados de Vox. Las manifestaciones
han sido un éxito. Un éxito inútil. No eliminan la posibilidad de que Vox entre
en el gobierno. Y de todos modos, Vox ya está implícito en los gobiernos de
otros territorios.
Vox es el Mister
Hyde de los doctores Jekyll de nuestras derechas. Hablo de las derechas españolas, no únicamente de las andaluzas. Hagan caso de Javier Aristu cuando dice (1) que la identidad social andaluza no es distinta (por ejemplo, en cuanto a aspiraciones, pulsiones y tabúes), de las de otros lugares de España y de Europa.
La única diferencia en cuanto a Vox es que no
pide perdón después de una manifestación pública de machismo, de racismo, de ultranacionalismo
a ras de suelo, de visceralismo agresivo. Los ejemplares habituales de nuestra
fauna autóctona, así en la derecha como en cierta izquierda rufianesca, la
sueltan primero y después piden perdón alegando que su declaración ha sido sacada
fuera de contexto y no querían ofender a nadie. Santi Abascal no hace eso. Los
medios están publicando antologías selectas de sus disparates. Es una forma más
de promocionarlo entre las capas menos racionales del electorado, que se
identifican con él mientras esbozan un gesto de escándalo. “¡Esas cosas no se
dicen!”, se exclaman. No, pero las votan.
Han coincidido en
los porcentajes altos del voto a Vox municipios repletos de inmigrantes explotados, mal alojados en guetos aislados por cordones sanitarios, y
propicios a la pequeña delincuencia para redondear sus menguados ingresos; como
El Ejido y Albuñol. Y en el otro extremo, barrios como el de Los Remedios de
Sevilla, con una población bienestante y tradicionalmente seguidora del PP.
Preguntados algunos habitantes de dicho barrio sobre su voto, manifiestan que
encuentran floja y claudicante la postura de los populares hacia Cataluña.
También Susana Díaz
afirma arrepentirse del “error” de no haber dado más caña a los catalanes en
campaña. No se lo crean. La sociedad española puede haber sentido en algún
momento inquietud por la posibilidad más o menos inmediata de que se rasgara la
túnica sagrada de la patria. Recuerden a los guardias civiles enviados a la
cruzada y despedidos con gritos de “A por ellos, oé”. Pero no es esa la
situación ahora. La parábola independentista ha entrado ya de forma visible en
su tramo descendente, y lo que busca ahora es un aterrizaje suave con el que salvar la cara: libertad
para los presos, negociación bilateral con el Estado, gestos reiterados de
malestar y de protesta en la calle mientras se negocia de urgencia detrás de
las bambalinas.
Lo más preocupante
no son los doce parlamentarios de Vox, sino la mayoría parlamentaria de
derechas en Andalucía, porque todas las derechas han sido ultras en esta campaña: tanto los
que después de atizar el pandemónium pedían hipócritamente perdón, como los que
se dejaban de tales maricomplejines porque para eso tienen dos huevos y un
badajo que les cuelga.
El retrato de país
que se delinea a partir de los eslóganes de campaña de unos y de otros resulta
desolador. Pero es lo que hay. Toca esforzarse todos en remar concertadamente contra
la corriente.