Un dependiente de
hotel vio formarse a lo lejos, mar adentro, el último tsunami de Indonesia, y
avisó a los clientes con tiempo suficiente para que se pusieran a salvo.
El tsunami de la
triple derecha ha barrido Andalucía y se dirige hacia nuestras costas. Conviene
dar la alerta. Los destrozos están siendo ya considerables: treinta y siete
leyes paralizadas, el techo del gasto social bloqueado en el Senado. Que nadie
se llame a engaño; quienes vienen a galope tendido, son caballeros en caballos
de Atila, y allá por donde pisan no vuelve a crecer más la hierba.
Así son y así funcionan las elites
extractivas de toda laya: van por el mundo dispuestas a arramblar por principio con todo lo que puedan, y
después de ellas el diluvio.
Después, el diluvio.
Lo que faltaba. No va a haber donde guarecerse de la combinación entre el viejo
Yavé, siempre irritado, y la nueva racionalidad de los mercados, cuya lógica
última consiste en considerar a los humanos como hormigas y tratarlos como
tales cuando tienen la desgracia de cruzarse en su camino.
La movida de los
tres jinetes es, por supuesto, perfectamente resistible. Bastaría una modesta torre
de Babel como parapeto, según señalaba yo mismo ayer mismo (1). Lo que quizá no pueda evitarse
es que algunos cientos de miles de indignados voten a quienes vienes decididos a
despojarles, precisamente a ellos, de sus muy escasas pertenencias. Y en cambio, les votan convencidos de que Trump, Salvini, Bolsonaro, Casado, Rivera, Aznar y/o Abascal, componen un grupo justiciero de Magníficos venidos a implantar la
Justicia abstracta en contra de los pudientes.
Lo mismo les ocurre
a las falenas o mariposas nocturnas. Se arriman tanto a la llama, fascinadas
por su luz, que acaban con las alas quemadas.
Alertemos a las víctimas
potenciales más expuestas de la inminencia del tsunami. Y protejamos a las
falenas de sus propias inclinaciones peligrosas.