miércoles, 26 de diciembre de 2018

EL MAL DE STENDHAL



Traen los periódicos la noticia de que un turista sufrió un infarto y hubo de ser atendido con desfibriladores en la sala Botticelli del museo de los Uffizi de Florencia, cuando contemplaba “El nacimiento de Venus”. El asunto ha vuelto a sacar a relucir el famoso “mal de Stendhal”. Ya saben, el ilustre escritor declaró haber sentido mareos y pérdida momentánea de los sentidos al entrar en la iglesia de Santa Croce y percibir el esplendor artístico de lo que allí había depositado.

La Ciencia con mayúscula contempla tales manifestaciones de entusiasmo somático con bastante distancia. El visitante de los Uffizi tenía sin duda una sensibilidad exacerbada hacia lo bello sublime, pero también había sufrido algunos episodios coronarios antes de encontrarse delante de la exquisita Venus de Botticelli.

Los mareos de Stendhal, incluso, pudieron ser debidos a que no había desayunado bien antes de la visita al templo florentino. Un desayuno inglés abundante, con profusión de huevos revueltos, tostadas y beicon, probablemente habría cortado de raíz los síntomas de malestar sin impedir la percepción de las finezas pictóricas de los maestros de antaño. G.K. Chesterton, escritor de una carnalidad rotunda, recomendaba calurosamente dicha dieta para afrontar sin deterioro perceptible los graves problemas de la estética, y manifestaba no caberle en tal sentido la menor duda de que fue “bacon” (el tocino) el verdadero responsable de la grandeza inmortal de las obras de Shakespeare.

Quedaría en pie la cuestión adicional de por qué tienen esos efectos perturbadores Florencia y Botticelli, y no en cambio Madrid y Goya, o Viena y Klimt, o Barcelona y el maestro de Tahull, o tantas otras combinaciones posibles de lo excelso. (No menciono aquí Nueva York y Rothko, porque a nadie se le ocurrirá la posibilidad de ataques de sobresensibilidad aguda delante de obras del expresionismo abstracto. A pesar de cómo las cotizan los marchantes.)

Marcel Proust sufrió un trance difícil en las Tullerías, adonde acudió a deshora para él (es decir, en una mañana radiante) ansioso de ver un cuadro de Vermeer muy elogiado por los críticos. He dejado constancia del suceso y de su aprovechamiento artístico por el sufridor de la experiencia en esta misma bitácora (1). Proust, uno de los grandes realistas de la literatura, atribuyó el desmayo mortal de su personaje Bergotte, al que fulmina delante del “cuadro más bello del mundo”, a que había cenado unas patatas mal cocidas.