Un artículo
clarividente de Antón Costas en lavanguardia (1) analiza las razones últimas
del acoso plagado de malas formas a Ada Colau por parte del independentismo
militante, en aquel recorrido institucional a pie entre la alcaldía y el Palau
de la Generalitat. “Miedo a pensar”, diagnostica el articulista.
Al parecer, el
cerco intransigente a Colau prosigue sin descanso y trufado de chocarrerías a
través, por ejemplo, del programa “Polònia”. Lo sé por una crítica de Ferran
Monegal; hace años que no veo “Polònia”, más o menos desde que Toni Soler abandonó
definitivamente el oficio de bufón de la corte por el de tiralevitas. Hay
notables diferencias entre ambos oficios. El bufón ejerce sin miedo el ejercicio
arriesgado de pensar por cuenta propia, y castigat
ridendo mores, castiga entre risas las costumbres. El tiralevitas renuncia
a todo riesgo (por consiguiente, también a pensar) y, estómago agradecido,
satisface a su empleador haciendo juegos malabares inocuos con las palabras de
la tribu.
La fobia a Colau tiene
raíces clásicas: matar al mensajero, sacrificar el chivo expiatorio, culpar a
los elementos incontrolables del fracaso de nuestras armadas invencibles. “De
no ser por la traición de Colau, ahora seríamos independientes”, es la
sugerencia oculta en la irritación permanente de un estado mayor abiertamente
dividido que anuncia que “ho tornarem a
fer”, pero solo se refiere a colgar lazos amarillos de los balcones de las
instituciones. Y no llama a Colau “meuca,
bandarra, guineu”, sino que utiliza los términos equivalentes homologados
en esa lengua opresora de a saber cuántas libertades.
Miedo a pensar equivale
a la renuncia a buscar soluciones, que es la recomendación aconsejada con
insistencia por los manuales de autoayuda cuando alguien tiene un problema.
Miedo a pensar es la negativa a la posibilidad misma de encontrar cualquier
solución. Se soba, se retuerce y se manipula el problema como si fuera un juguete,
se trampea con los números y los consensos, y se acaba con un rechazo de plano también
a la existencia del problema.
Nada, que no hay
manera.
Elisenda Paluzie,
la combativa presidenta de la ANC, está confeccionando un censo de empresas
catalanas traidoras, con las que los clientes patriotas deben cortar toda
relación. El censo tenderá a crecer de forma interminable; su confección es un
paso más hacia la asfixia voluntaria de una sociedad cerrada en sí misma, solipsista,
endogámica y totalitaria. Una recreación de la aldea gala irreductible a las
legiones de César, pero con druidas ineficaces y sin poción mágica.