viernes, 21 de junio de 2019

PRIVATIZACIÓN DE LA MEMORIA Y LA DESMEMORIA HISTÓRICA



Busto de Abderramán III, obra de Fernando Ortiz Villarroya, retirado de la plaza de Cadrete (Zaragoza) por el nuevo concejal de Urbanismo, de Vox.

El nombre del poeta y soldado republicano Miguel Hernández ha sido traído a descuento en las noticias de actualidad reciente, en dos ocasiones. La primera, cuando el portavoz de Ciudadanos en la Comunidad Valenciana, Toni Cantó, acusó a Ximo Puig de que su administración “habría” vetado la publicación de los versos del poeta por estar escritos en castellano. Cantó estableció de esa sencilla manera un cortocircuito de la memoria histórica, al defender el verso en castellano de Miguel Hernández, muerto en las cárceles franquistas, y defender asimismo y de forma simultánea el pacto de su propia formación política con Vox, plataforma reivindicativa desacomplejada del franquismo sociológico.

En el mismo tipo de cortocircuito ha incurrido la Universidad de Alicante al ordenar el borrado del nombre del alférez que ejerció de secretario en el tribunal militar que condenó a Miguel Hernández, citado en varios artículos publicados por el historiador Juan Antonio Ríos Carratalá.

Se ampara de ese modo el deseo comprensible de desmemoria familiar de los herederos de Antonio Baena, pero al precio de mutilar la verdad histórica. Recurre el hijo del alférez Baena a la actual Ley de Protección de Datos, pero debería distinguir (y si no lo hace él, debería hacerlo la Universidad de Alicante) entre los datos que corresponden al ámbito privado y los que pertenecen al dominio público. ¿O es que se trata de privatizar también la historia?

Los nombres de Franco, Mola, Yagüe, Queipo de Llano, Millán Astray o los Caídos de la División Azul siguen presentes en los callejeros de algunas de nuestras ciudades, y algunas de sus momias descansan en mausoleos religiosos que honran su memoria pública. Estaría bien que sus herederos de sangre pidieran la retirada de esos nombres y esos huesos del pedestal de lo público, y los reintegrasen con humildad al culto privado. Pero no ocurre así, es al contrario.

Al mismo tiempo un busto del califa Abderramán III, que era rubio, ojizarco y andaluz, pero que no pertenece a la memoria histórica privatizada por un determinado nacionalismo rancio, ha sido retirado del lugar que ocupaba en Cadrete por el flamante concejal de Urbanismo, de Vox.

En esas estamos. Se trata de saber si la memoria y la desmemoria histórica son propiedad privada, moldeable y utilizable a voluntad por quienes se han apropiado de ella por la fuerza de los hechos o de los votos; o si la memoria íntegra, compleja, contradictoria, de la Historia de todos forma parte intrínseca de algunos conceptos muy maltratados en general por el uso político y/o mediático que de ellos se hace: el pueblo, la ciudadanía, el común, la soberanía popular.