miércoles, 12 de junio de 2019

GUERRA SANTA



Alberto Rivera imponiendo el artículo 155 a las cabilas catalanas. Visión onírica debida al pincel de Francisco Sans Cabot.

El mismo día se han producido tres acontecimientos políticos relevantes: ha quedado visto para sentencia el juicio al procés catalán en el Supremo, Ada Colau ha renunciado a seguir negociando con ERC un tripartito de progreso para Barcelona, y Alberto Carlos Rivera se ha decantado finalmente ─después de algún suspense mínimo, pero también de varios gestos públicos que se prestaban poco al equívoco─ por la guerra santa, al levantar de forma definitiva sus reparos a Vox y dar su bendición a un modelo de pacto “a la andaluza” válido para Madrid, Murcia, Castilla y León, la Rioja y un puñado de ayuntamientos.

No hay mucho que comentar. Los mecenas de Rivera le han instado repetidamente a pactar con Pedro Sánchez. No hacía ni dos telediarios que Juan Luis Cebrián había propuesto en un artículo publicado en su periódico la alianza PSOE-Cs como la mejor solución posible para una legislatura “pacificada”. No ocurrirá tal cosa, el cuerpo le pide a Rivera otro remusguillo muy diferente.

Muy bien, nadie ha dicho que para las izquierdas esto fuera a ser fácil. Los augurios de las sibilas eran bastante peores incluso, antes del 28A. Y el talante belicoso de los Tres Jinetes hace más verosímil la solución deseada de una contra-alianza duradera de Sánchez con los restos del naufragio de Podemos.

Tampoco va a ser fácil la situación en Cataluña a la espera de las sentencias, que no llegarán hasta después del verano, y además lo harán sin libertad preventiva de los implicados.

La capacidad de los independentistas para urdir relatos contradictorios ha sido infinita. Han alegado, delante de auditorios distintos pero a renglón seguido, estar cumpliendo un mandato sagrado e irrenunciable del pueblo catalán por una parte, y jugar de farol para forzar un diálogo que el Estado les negaba, por otra. Si era una cosa, no era la otra. Imposible sostener ambas versiones al mismo tiempo sin estar loco, como decía aquel bolero.

Nadie más tiene la culpa, entonces, de que se haya resentido hasta extremos penosos la credibilidad de los políticos, que es siempre la base indispensable de la democracia representativa.

Ahora mismo, en relación con la posibilidad cierta de que Ada Colau y Jaume Collboni lleguen a un principio de acuerdo para el gobierno de Barcelona sin la participación de ERC, las mesnadas indepes se rasgan las vestiduras hablando de una conspiración de Estado dirigida a enterrar la victoria legítima de su candidato (uno de sus candidatos, porque el binomio Forn/Artadi llegó a la meta electoral distanciado en muchos cuerpos).

No es de recibo reclamar negociación y ningunear o trolear al mismo tiempo a aquel con quien se pretende negociar. A la guerra santa declarada por Rivera, que se niega a dar sus votos para la investidura de nadie a menos que firme la propuesta de la aplicación de un 155 eterno para Cataluña, se suma la del cuarteado bloque indepe, que exige ser escuchado y tenido en cuenta pero hablando siempre ex cathedra desde su poltrona institucional, y sin más objetivo que el bloqueo de cualquier solución política que no sea la propia.

Son hipotecas muy grandes que pesan sobre nuestro país y sobre nuestro pequeño país común, en la encrucijada a la que hemos llegado.

De acuerdo. Ya sabíamos de antemano que las cosas no iban a ser fáciles.