Se percibe un
retrogusto patético en los hiperliderazgos de la nueva política. Colau quería
ser amada por todos y se conforma con okupar la alcaldía de Barcelona un lapso de tiempo más, en compañía
de otros; Iglesias, que se disponía a asaltar el centro del tablero, ahora
lucha por ser titular del ministerio de Trabajo en el gabinete Sánchez; Rivera,
la estrella ascendente del centro-derecha, se resiste a reconocer que su trayectoria
parabólica le ha dejado varado en ninguna parte, a merced de Vox, la Gorgona a
la que procura no mirar de frente para no verse convertido irremisiblemente en
piedra.
Aspiraban a
ascender solos hasta lo más alto, y ahora tratan de agarrarse a otros para detener
la caída. Quisieron privatizar sus ganancias y aspiran en adelante a socializar
las pérdidas.
La política hace
extraños compañeros de cama, según afirmó hace algún tiempo alguien que
entendía del asunto.
Jaime Gil de Biedma
expresó esa sensación de vacío existencial en unos versos perfectos:
Que
la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
─como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante─.
La composición continúa. Pueden encontrarla en Google. Su
título es “No volveré a ser joven”, y está incluida en el libro Poemas póstumos (1968).