sábado, 8 de junio de 2019

LA PUTORREFORMA LABORAL


Nota previa.- Se utiliza aquí el neologismo “putorreforma” en consonancia con las instrucciones de uso respecto de la partícula “puto” emanadas de la Real Putoacademia Española (RPAE).

La ministra en funciones de Economía y Empresa Nadia Calviño nos tiene a todos en vilo desde que manifestó que no ve “productivo” derogar, ni tan siquiera reformar, la reforma laboral de 2012. En su opinión, sería preferible avanzar hacia “un Estatuto de los Trabajadores del siglo XXI”.

No entiendo bien la argumentación de la ministra. Cualquier Estatuto de los Trabajadores que se elabore ahora, ya sea bueno, malo o incluso pésimo, será del siglo XXI por derecho propio. Pero si pretendemos llegar a ese objetivo autocumplido primando el diálogo social, como también ha dicho la ministra, convendría desembarazar antes el camino de algunos obstáculos, colocados recientemente, que obstruyen dicha vía hasta bloquear enteramente el tránsito.

Según la última putorreforma laboral (que viene a enfatizar lo ya legislado en la putorreforma anterior), la organización del trabajo es competencia exclusiva del empresario, y el empleo es tan solo una variable dependiente de la función “empresa”; variable que puede ser suprimida mediante el pago de indemnizaciones mínimas siempre que el empresario alegue, no ya pérdidas, sino replanteamientos estratégicos de su actividad.

Hay ejemplos recientes sobre ambos extremos. La ley que obliga a fichar a los trabajadores para certificar las dimensiones reales de la jornada laboral y establecer el pago en consecuencia, ha sido considerada un atropello por algunos portavoces de la primera parte contratante. Un empresario del ramo de la hostelería ha expresado el malestar gremial del modo siguiente: «Ahora resulta que al acabar la jornada mis empleados van a tener que dejar de trabajar.»

Sí, sin paliativos. Eso es lo que resulta ahora; de eso es de lo que se trata.

Respecto de la segunda cuestión, trabajadores fijos del Partido Popular han sido pasados a eventuales de un día para otro, y despedidos de inmediato conforme a las reglas establecidas en la reforma laboral para los de su recién estrenada condición. De ese modo, la otra parte contratante se ha ahorrado un millón de euros en indemnizaciones. «Es la legalidad, ¿de qué se quejan?», ha sido el comentario de Pablo Casado ante la prensa, al saber que los eventualizados despedidos van a poner denuncia.

Entonces, Nadia Calviño debería aclarar por lo menos para quién “no es productivo” derogar o reformar la putorreforma laboral, para no lanzarnos todos juntos a la elaboración consensuada de un gran Putoestatuto de los Trabajadores que nos coloque derechamente en la senda del putofuturo.

Porque podría suceder que se nos estuviera invitando a un duelo en el OK Corral en el que los representantes de los trabajadores dispondrían únicamente de los puños y de la obediencia estricta a las normas del noble deporte del boxeo para luchar con limpieza, y en cambio a los representantes de la empresa se les permitiría el manejo del revólver de repetición que ya están utilizando en abundancia para reducir plantillas y forzar horarios “legalmente” de la forma que más les peta.

Nadia Calviño debería aclarar esta circunstancia con la mayor rapidez y urgencia. Quienes hemos apostado y votado por el cambio no deseamos encontrar en mitad del camino un ministerio-tapón, ni vernos forzados a un gran pacto social a punta de pistola. Bien está que las autoridades de la UE hayan dado por finalizada la fiscalización minuciosa de las cuentas del Estado español, pero si el precio que hay que pagar por la benevolencia fiscalizadora de los Moscovicis y los Draghis es mantener las normas laborales ahora vigentes, tal benevolencia no nos resultaría en absoluto “productiva”, para decirlo con la expresión de la ministra.

O putoproductiva, dicho en plan más desgarrado.